La Virgen Dorada, de Essen |
132. Algunos pueden decir que
esta devoción, al hacernos dar a Nuestro Señor por manos de la Santísima Virgen
el valor de todas nuestras buenas obras, oraciones, y mortificaciones y
limosnas, nos pone en la imposibilidad de socorrer las almas de nuestros parientes,
amigos y bienhechores.
Les contesto, primeramente, que
no es creíble que nuestros amigos, parientes o bienhechores sufran un perjuicio
derivado del hecho de habernos entregado y consagrado sin reservas al servicio
de Nuestro Señor y de su Santa Madre. Sería hacer injuria al poder y a la
bondad de Jesús y de María, que bien sabrán asistir a nuestros parientes,
amigos y bienhechores, de nuestra módica renta espiritual o por otras vías.
En segundo lugar, esta práctica
no impide que roguemos por los demás, vivos o muertos, aunque la aplicación de
nuestras buenas obras dependa de la voluntad de la Santísima Virgen; al
contrario, esto nos llevará a rezar con más confianza; así como sería el caso
de una persona rica que le hubiese dado todos sus bienes a un gran príncipe,
para honrarlo más, que con más confianza le pediría a ese príncipe que le dé
limosna a alguno de sus amigos que se la solicitara. Sería aún darle placer a
este príncipe el brindarle ocasión de demostrarle su reconocimiento a una
persona que se habría despojado para revestirlo, que se habría empobrecido para
honrarlo. Lo mismo debe decirse de Nuestro Señor y de la Santa Virgen: ellos jamás
se dejarán vencer en agradecimiento.
Traducido del original francés por este blog IPSA CONTERET, privilegiando las expresiones originales del Santo sobre expresiones castellanas más habituales
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