lunes, 21 de diciembre de 2020

Ella ama siempre a aquellos que la aman: Ego diligentes me diligo (TVD, 175)

 

Entrada de Noé en el Arca

175.  La Santísima Virgen es la Virgen fiel que, por su fidelidad a Dios, repara las pérdidas que causó Eva la infiel por su infidelidad, y que obtiene la fidelidad a Dios y la perseverancia a aquellos y aquellas que confían en Ella.  Es la causa por la que un santo la compara a un ancla firme, que los sostiene e impide que naufraguen en el mar agitado de este mundo, en donde tantos perecen por no aferrarse a un áncora firme. “Atamos –dice- las almas a tu esperanza como a un áncora firme: Animas ad spem tuam sicut ad firmam anchoram alligamus (N.1)”. Es a Ella a quien los santos que se han salvado se han adherido más, y han atado a los otros para que perseveraran en la virtud. ¡Felices, pues, y mil veces felices, los cristianos que ahora se aferran fiel y enteramente a Ella como a un áncora firme! Los embates de la tempestad de este mundo no los podrán sumergir ni les harán perder sus tesoros celestiales. ¡Dichosos aquellos y aquellas que entran en Ella como en el arca de Noé! Las aguas del diluvio de los pecados que ahogan a tanta gente no les harán daño, porque: “Qui operantur in me non peccabunt (N.2) [Aquellos que están en mí para trabajar en su salvación no pecarán]” dice Ella con la (divina) Sabiduría. Dichosos los hijos infieles de la infeliz Eva que se aferran a la Madre y Virgen fiel, la cual permanece siempre fiel y no se desmiente jamás: Fidelis permanet, se ipsam negare non potest (N.3), y que ama siempre a aquellos que la aman: Ego diligentes me diligo (N.4), no sólo con un amor afectivo sino también con un amor efectivo y eficaz, impidiéndoles, mediante una gran abundancia de gracias, que retrocedan en la virtud o caigan en el camino y pierdan así la gracia de su Hijo.

N.1 S. Juan Damasceno, Sermo 1 in Dormitione B.M.V.

N.2 Eclesiástico, XXIV, 30

N.3 Aplicación a la Santa Virgen del texto de S. Pablo: II Tim., II, 13

N.4 Prov., VIII, 17 (Yo amo a los que me aman).

Comentario de IPSA CONTERET:

Traité de la Vraie Dévotion à la Sainte Vierge

PÈRES MONTFORTAINS (Cie de Marie)


Traducido del original francés por este blog IPSA CONTERET, privilegiando las expresiones originales del Santo sobre
 expresiones castellanas más habituales
A.M.M.G.

 

“Si Ella te sostiene, no caes; si Ella te protege, no temes; si Ella te conduce, no te fatigas; si Ella te es favorable, llegas hasta el puerto de salvación (TVD, 174)


 

174. Es lo que dice en términos formales San Bernardo para inspirarnos esta práctica: “Si Ella te sostiene, no caes; si Ella te protege, no temes; si Ella te conduce, no te fatigas; si Ella te es favorable, llegas hasta el puerto de salvación: Ipsa tenente, non corruis; ipsa protegente, non metuis; ipsa duce, non fatigaris; ipsa propitia, pervenis (N.1)” (Serm. super Missus est). San Buenaventura parece también decir lo mismo en términos más explícitos. “La Santísima Virgen –dice- no es solamente mantenida en la plenitud de los santos; Ella mantiene y conserva a los santos en su plenitud, para que ésta no disminuya; impide que sus virtudes se disipen, que sus méritos desaparezcan, que sus gracias se pierdan, que los demonios les hagan daño, en fin, que Nuestro Señor los castigue cuando pecan: Virgo non solum in plenitudine sanctorum detinetur, sed etiam in plenitudine sanctis detinet, ne plenitudo minuatur; detinet  virtutes ne fugiant; detinet merita ne pereant; detinet gratias ne effluant; detinet daemones ne noceant; detinet Filium ne peccatores percutiat (N. 2)” (S. Bon. in Speculum B.V.).

N.1. Homilia 2 super Missus est, n. 17.

N.2. Speculum B.M.V., lect. VII, n° 6

Comentario de IPSA CONTERET:

Traité de la Vraie Dévotion à la Sainte Vierge

PÈRES MONTFORTAINS (Cie de Marie)


Traducido del original francés por este blog IPSA CONTERET, privilegiando las expresiones originales del Santo sobre
 expresiones castellanas más habituales
A.M.M.G.

 

jueves, 17 de diciembre de 2020

Esta devoción es un medio admirable de perseverancia (TVD, 173)

 



ARTICULO VIII

Esta devoción es un medio admirable de perseverancia

173. Finalmente, lo que más poderosamente nos impele, de alguna manera, a abrazar esta devoción a la Santísima Virgen es el constituir un medio admirable para perseverar en la virtud y ser fiel. Pues ¿a qué se debe, en efecto, que la mayor parte de las conversiones de los pecadores no sean durables? ¿A qué se debe que se recae tan fácilmente en el pecado? ¿A qué se debe que la mayor parte de los justos, en vez de adelantar de virtud en virtud y adquirir nuevas gracias, pierden muchas veces las pocas virtudes y gracias que poseían? Esta desgracia proviene, como he mostrado anteriormente (N.1), de que el hombre, al ser tan corrompido, tan débil y tan inconstante, confía en sí mismo, se apoya en sus propias fuerzas y se cree capaz de guardar el tesoro de sus gracias, de sus virtudes y méritos.

Por esta devoción confiamos a la Santa Virgen, que es fiel, cuanto poseemos; la tomamos por depositaria universal de todos nuestros bienes de naturaleza y gracia. Confiamos en su fidelidad, nos apoyamos en su poder y nos fundamos en su misericordia y caridad, para que Ella conserve y aumente nuestras virtudes y méritos a pesar del demonio, el mundo y la carne, que hacen esfuerzos para arrebatárnoslos. Le decimos como el hijo a su madre y el fiel  siervo a su señora: Depositum custodi (N.2) Mi buena Madre y Señora, reconozco que he recibido hasta ahora más gracias de Dios por tu intercesión de las que yo merecía, y que mi funesta experiencia me enseña que llevo este tesoro en un vaso muy frágil, y que soy demasiado débil y demasiado miserable para conservarlo en mí mismo: adolescentulus sum ego et contemptus (N.3). Recibe en depósito cuanto poseo y consérvamelo con tu fidelidad y tu poder. Si tú me guardas, no perderé nada; si me sostienes, no caeré; si me proteges, estaré a cubierto de mis enemigos.

N. 1 cf. 5ta. verdad fundamental, nros. 87-89.

N. 2 ¡Conserva el depósito! (1Tim VI, 20)

N. 3 Soy pequeño y despreciable (Sal 119 [118]), 141).



miércoles, 16 de diciembre de 2020

Para conocer la excelencia de este motivo habría que conocer el bien que hay en convertir un pecador o en liberar un alma del purgatorio, mayor que crear el cielo y la tierra (TVD, 172)

 

San Agustín, Doctor de la Iglesia

172. Para conocer la excelencia de este motivo habría que conocer el bien que hay en convertir un pecador o en liberar un alma del purgatorio: bien infinito, mayor que crear el cielo y la tierra (N.1), pues se da a un alma la posesión de Dios. De suerte que, aun cuando por esta práctica no se sacase en la vida entera más que a un alma del purgatorio, o no se convirtiese más que a un solo pecador, ¿no sería esto motivo suficiente para mover a todo hombre caritativo a abrazarla?

Nótese, además, que nuestras buenas obras, al pasar por las manos de María, reciben un aumento de pureza y, por lo mismo, de mérito y valor satisfactorio e impetratorio: con lo cual se hacen mucho más capaces de aliviar a las almas del purgatorio y convertir a los pecadores que si no pasaran por las manos virginales y generosas de María. Lo poco que ofrecemos por medio de la Santa Virgen, sin voluntad propia, y por una caridad muy desinteresada, llega a ser en verdad bien poderoso para aplacar la cólera de Dios y atraer su misericordia. Y se verá tal vez, a la muerte de una persona bien fiel a esta práctica, que ha liberado por este medio a numerosas almas del purgatorio y convertido a numerosos pecadores aunque sólo haya realizado obras bastante comunes de su propio estado. ¡Qué gozo en el día de su juicio! ¡Qué gloria en la eternidad!

N. 1 S. Agustín, Tract. 72 in Joann.  

martes, 15 de diciembre de 2020

Esta devoción procura grandes bienes al prójimo (TVD, 171)

 




ARTICULO VII

Esta devoción le procura grandes bienes al prójimo

171. Lo que puede además movernos a abrazar esta devoción es considerar los grandes bienes que recibirá nuestro prójimo. Pues con esta práctica se ejercita con él la caridad de manera eminente,  porque se le da, por manos de María,  lo más caro que tenemos, que es el valor satisfactorio e impetratorio de todas las buenas obras, sin exceptuar el menor pensamiento bueno ni el más leve sufrimiento. Se consiente en que todo lo adquirido hasta ahora y lo que se adquiera de satisfacciones hasta la muerte sea empleado, según la voluntad de la Santísima Virgen, o en la conversión de los pecadores o en la liberación de las almas del purgatorio.

¿No es esto amar perfectamente al prójimo? ¿No es esto ser verdadero discípulo de Jesucristo, al que se lo reconoce por la caridad? (N.1) ¿No es éste el medio de convertir a los pecadores, sin temor a la vanidad, y de liberar a las almas del purgatorio, casi sin hacer otra cosa que lo que cada cual está obligado a hacer conforme a su estado?

N.1 S. Juan XIII, 35


Contaba apenas siete años, y sufriendo grandes padecimientos espirituales, oyó una voz que le dijo: que si quería ser protegida contra todos sus enemigos, se hiciera cuanto antes esclava de Jesús y de su Santa Madre (TVD, 170)

 

Madre Agnès de Jesús, a los 7 años oyó una voz que le recomendó hacerse esclava de Jesús y María - Fue la madre espiritual de M. Olier, fundador de St Sulpice (abajo)




170. Sin detenerme a probar con razones esta verdad, me contento con referir un hecho histórico que leí en la vida de la Madre Inés de Jesús, religiosa dominica del Convento de Langeac (Auvergne), que murió en olor de santidad en aquel lugar en 1634. Contaba apenas siete años, y sufriendo grandes padecimientos espirituales, oyó una voz que le dijo: que si quería verse libre de todas sus penas y ser protegida contra todos sus enemigos, se hiciera cuanto antes esclava de Jesús y de su Santa Madre. En cuanto regresó a la casa, se dio toda entera a Jesús y a su Santa Madre en esta calidad, aunque por entonces no sabía lo que era esta devoción. Y, habiendo encontrado una cadena de hierro, se la puso a la cintura y la llevó hasta la muerte. Después de esta acción, cesaron todas sus penas y escrúpulos y se halló en una gran paz y amplitud de corazón, lo que la movió a enseñar esta devoción a otros, que, a su vez, hicieron grandes progresos –entre otros, a Monsieur Olier, fundador del Seminario de San Sulpicio, y a otros sacerdotes y eclesiásticos del mismo seminario… Un día se le apareció la Santa Virgen y le puso al cuello una cadena de oro, para testimoniarle el gozo que le había causado al hacerse esclava de su Hijo y suya. Y santa Cecilia, que acompañaba a la Santa Virgen, le dijo: ¡Dichosos son los fieles esclavos de la Reina del cielo, porque gozarán de la verdadera libertad! Tibi servire libertas.

lunes, 14 de diciembre de 2020

Esta devoción da una gran libertad interior (TVD, 169)

 


ARTICULO VI

Esta devoción da una gran libertad interior

SEXTO MOTIVO.

169. Esta práctica de devoción da una gran libertad interior, que es la libertad de los hijos de Dios N.1, a las personas que la practican fielmente. Porque, como por esta devoción nos hacemos esclavos de Jesucristo consagrándonos totalmente a Él en esa calidad, este buen Señor, para recompensarnos por el cautiverio amoroso por el que hemos optado: 1°.  quita del alma todo escrúpulo y temor servil que pudiera estrecharla, cautivarla y envolverla; 2°. ensancha el corazón con una santa confianza en Dios, haciendo que lo mire como a su Padre; 3. le inspira un amor tierno y filial.

N.1: Cf. Rom., VIII, 21

Propuestas de flyers para acción provida 14 dic 2020

 

Para cualquier punto de Argentina, fácil de reproducir

Para Salta



domingo, 13 de diciembre de 2020

Capítulo VIII - Nazaret - Jesucristo, su Vida, su Pasión, su Triunfo - Padre Berthé

CAPÍTULO VIII. Nazaret. JESÚS EN JERUSALÉN. — EN MEDIO DE LOS DOCTORES. —L A VIDA OCULTA . EL REINO DE DIOS. OBEDIENCIA DE JESÚS. — SU POBREZA. — L A SANTA CASA. — VIDA DE TRABAJO Y DE ORACIÓN. — RETRATO DE JESÚS. — MUERTE DE SAN JOSÉ. — MIRADA AL PORVENIR . — (Luc. II, 40-52.) 
 SITUADA en el corazón de la Galilea, Nazaret contaba apenas con tres mil habitantes, casi todos ó agricultores. En esta humilde aldea fué donde Jesús pasó los días de su infancia y adolescencia, y donde sus compatriotas le vieron crecer en sabiduría y en gracia; y aunque en su exterior era semejante á los demás niños, sus precoces virtudes revelaban ya en él un alma privilegiada. 

A la edad de doce años, el adolescente debía observar las prescripciones de la ley. José y María condujeron á Jesús á Jerusalén con ocasión de la fiesta de la Pascua. Ya no tenían que temer á Arquelao, desterrado entonces de la Judea y relegado por el emperador á un rincón de las Galias. 

Juntáronse á las numerosas caravanas que se dirigían á la ciudad santa y por primera vez Jesús pudo asistir á los sacrificios, contemplar las víctimas sobre él altar y oir á los doctores explicar al pueblo los textos sagrados. 

Terminadas las solemnidades, las caravanas se pusieron de nuevo en marcha, los caminos se cubrieron de largas procesiones y el eco de las montañas repetía los cánticos, de los peregrinos que regresaban á sus hogares. José y María llegaron á la caída de la noche cerca de Betel, primer punto en que se hacía alto en el camino de Jerusalén á Nazaret. Buscaron al Niño entre los jóvenes de su edad; pero, después de recorrer todos los grupos y de preguntar por él acá y allá, la respuesta era siempre negativa. Llenos de angustia, volvieron por el camino que habían recorrido y atravesaron de nuevo las puertas de la ciudad santa. Durante tres días exploraron las calles y casas donde verosímilmente hubieran podido encontrarle, pero todo en vano. Por fin, subieron al templo, esperando hallarle en las galerías ó salones que rodeaban los santos vestíbulos.
 
Era la hora en que los doctores más afamados daban sus lecciones á la gran escuela de la sinagoga. Se escuchaba en esa época al ilustre Hillel que presidió el gran Consejo por cuatro años; al rígido Schammai, su émulo y con frecuencia su adversario; al docto Jonatás, que tradujo al caldeo los libros históricos y proféticos, y á otros sabios versadísimos en la ciencia de las Escrituras. A los pies de aquellos renombrados maestros, multitud de discípulos recogían con avidez las palabras de sabiduría que salían de su boca. ¿Cuál no fué la sorpresa de José y María cuando, al penetrar en el lugar santo, encontraron en medio de los doctores al Niño tan afanosamente buscado durante tres días ? Mayor aún parecía ser la admiración de la asamblea. Mezclado con los discípulos, Jesús había escuchado primero las lecciones de los nobles ancianos; después les había interrogado á su vez, poniendo de manifiesto en cada una de sus preguntas una inteligencia tan viva y profunda que todos, maestros y discípulos, sobrecogidos de admiración se preguntaban de dónde provenía en aquel niño una ciencia que á esa edad no podía haber bebido en los libros de los sabios. Más tarde, cuando Jesús, en aquel mismo lugar les predicó su doctrina; esos maestros de Israel pudieron acordarse del pequeño Galileo que, á los doce años, los confundía con la prudencia de sus preguntas y la sabiduría de sus respuestas. José y María se aproximaron al Niño y del corazón de la acongojada madre se escapó esta tierna queja: «Hijo mío ¿por qué has hecho esto con nosotros? Hace tres días que tu padre y yo te buscábamos con la mayor aflicción».—«¿Y para qué me buscábais? respondió con dulzura ¿no sabíais que yo debo ocuparme en las cosas que conciernen á mi Padre?» 

María no comprendía aún todo el plan de la divina misión que Dios había confiado á su Hijo. Conservó estas palabras en su corazón, como una luz venida del cielo para ilustrarla .en su conducta para con Jesús. En cuanto al Niño después de haber mostrado su absoluta sumisión á las órdenes del cielo, salió del templo con sus padres y regresó á Nazaret. 
 La naturaleza había hecho de la ciudad en que Jesús iba á pasar su juventud, la más profunda de las soledades. Rodeada de montañas que la separan del bullicio del mundo, forma con sus flancos un vasto anfiteatro de donde los habitantes dominan un risueño valle cubierto de higueras, olivos, viñedos y campos cultivados. De este valle, las miradas del hombre, limitadas en toda dirección por las alturas, sólo pueden dirigirse al cielo. Aquí fué donde Jesús quiso inaugurar el reino de Dios antes de predicarlo á los hombres.
 
Desde la caída original, en lugar de hacer reinar á Dios en su corazón, los hijos de Adán se miraban ellos mismos como dioses, sin reconocer otros mandamientos que los imperiosos deseos de sus criminales pasiones. Nuevo Adán, venido á la tierra para restablecer el reino de Dios, Jesús comenzó por mostrar á todos en su persona, el tipo perfecto del hombre enteramente sometido al Padre Celestial. 

En lugar de seguir las inspiraciones del orgullo y de erigirse en divinidad, se le vió, siendo el hombre-Dios, tomar la figura de un humilde siervo y someterse á su Padre hasta el punto de no tener otra voluntad que la suya. Más todavía: siendo criador del cielo y de la tierra, obedecía á José y María criaturas suyas, como á Dios mismo. 

Y no solamente no cometió falta alguna, sino que rompió abiertamente con los vicios que impulsan al hombre caído á conculcar los divinos preceptos. Riquezas y magnificencias codiciadas por la avaricia, honores y placeres buscados por la ambición y la lujuria; todos estos falsos dioses fueron despreciados por él, como los eternos enemigos de Aquel que exclusivamente tiene derecho á reinar sobre los corazones. 

Nacido en un establo, vivió en una pobre habitación de treinta pies de largo por doce de ancho, terminada por una gruta de pequeña dimensión arrimada á la colina y tallada en los flancos de la roca. Jesús no tuvo otro palacio en este mundo. Lejos de halagar su cuerpo y procurarle placeres y reposo, tenía siempre presente que Dios había ordenado al primer hombre ganar el pan con el sudor de su frente. Desde muy temprano, se dedicaba al trabajo bajo la dirección de su padre adoptivo; y mientras María se ocupaba en los cuidados domésticos, él acompañaba en el taller á José. Sus manos divinas manejaban el hacha y la sierra, y sus hombros se encorvaban bajo pesada carga. Ni sus parientes, ni sus conocidos, sospechaban que en aquel obrero vestido como los de su condición y tratado como uno de ellos, los ángeles del cielo reconocían y adoraban al Hijo de Dios. 

Libre de la servidumbre de las pasiones, el corazón de Jesús sólo latía á impulsos del amor á Dios y á los hijos de Dios, pobres extraviados que quería reconciliar con su Padre. En la mañana, mientras todos dormían, su oración subía ya á los cielos; durante el día, el amor divino animaba todas sus acciones; y en la noche, cuando el sueño cerraba sus párpados, su corazón velaba todavía. Todos los días eran parecidos en Nazaret, días de trabajo y de contemplación, días de paz y de felicidad, jamás turbados, ni por las tempestades del mundo, ni por el hálito venenoso del pecado. ¡Felices los que, como Jesús, hacen reinar á Dios solo en sus corazones; ellos gozan anticipadamente las delicias del cielo! 

Tal fué la vida de Jesús en Nazaret; vida oculta á los ojos de los hombres, preludio necesario de sus enseñanzas sobre el reino espiritual que iba á fundar. Otro género de vida esperaba efectivamente al divino Libertador. Con los años, su cuerpo se desarrollaba y fortificaba; sus facciones, mezcla de dulzura y de majestad, inspiraban respeto y veneración. Como el sol derrama progresivamente la luz, su inteligencia esparcía día por día con más abundancia los tesoros ocultos que Dios había encerrado en ella. La gracia brillaba en su frente, la bondad en todas sus palabras, la nobleza en su porte y maneras, la corrección en todas sus acciones ; era sin duda el Maestro irreprochable que Dios enviaba á los hombres para enseñarles con los ejemplos más aún que con las palabras, la verdad y la virtud. 

Así transcurrieron en aquel paraíso terrestre de Nazaret la adolescencia y juventud de Jesús; mas ¡ay! los días tempestuosos de la vida pública se acercaban. María pensaba, no sin tristeza, que sería necesario separarse á lo menos momentáneamente, del más tierno y abnegado de los hijos. Recordaba al mismo tiempo las predicciones del santo anciano Simeón; le parecía oir el ruido de las contradicciones de que su hijo sería objeto y ya la pobre madre sentía que la punta de la espada desgarraba su corazón. Copiosas lágrimas vertían sus ojos cuando los fijaba en su amado Jesús.

Como preludio de esta separación, el luto entró en la santa casa de Nazaret. El santo patriarca José, cumplida ya su misión en la tierra, iba á dormirse con el sueño de los justos. Por la última vez sus ojos reposaron con amor sobre el Hijo de Dios y la hija de David, dos tesoros que el Padre celestial había confiado á su guarda y mientras Jesús le bendecía, su alma llevada en alas de los ángeles, voló al seno de Abraham. 

Solo ya con su madre, Jesús departía amorosamente con ella sobre la gran misión que se le había confiado. Este pensamiento le ocupaba constantemente, mientras aguardaba la hora de manifestarse al mundo para la gloria de su Padre y la salvación de las almas. Algunas veces, desde las cimas que coronan á Nazaret, sus ojos descubrían las ciudades y aldeas que pronto serían el teatro de sus predicaciones; el hermoso lago de Galilea, el majestuoso Tabor, las cumbres veneradas del Carmelo que le ocultaban, al Occidente, las naciones sentadas á las sombras de la muerte. Sus miradas divinas divisaban en lejano horizonte, en las riberas del océano, los numerosos pueblos que vendrían á Jerusalén á venerar su sepulcro y su pensamiento se fijaba, de paso en aquella Roma, futura capital de su imperio, á cuyas cercanías los ángeles transportarían más tarde la santa casa de Nazaret. Entonces, devorado de un santo celo, oraba por los innumerables millones de almas llamadas á formar el reino de Dios y pedía á su Padre apresurara el día en que le fuera dado anunciar al mundo el Evangelio de la salvación.

sábado, 12 de diciembre de 2020

Quien quiera avanzar por el camino de la perfección y hallar segura y perfectamente a Jesucristo, que abrace con un corazón grande esta devoción a la Santísima Virgen (TVD, 168)

 


168. Cualquiera, pues, que sin temor a ilusiones -cosa ordinaria entre personas de oración-, quiera avanzar por el camino de la perfección y hallar segura y perfectamente a Jesucristo, que abrace con un corazón grande, corde magno et animo volenti (N.1), esta devoción a la Santísima Virgen, que quizás no hubiese conocido aún. Que entre en este camino excelente que le era desconocido y que ahora le muestro: Excellentiorum viam vobis demonstro (N2). Es un camino trazado por Jesucristo, la Sabiduría encarnada, nuestra única cabeza; el miembro que vaya por él no puede equivocarse.

Es un camino fácil, a causa de la plenitud de la gracia y unción del Espíritu Santo que lo llena; nadie se cansa ni retrocede si transita por él. Es un camino corto, que en poco tiempo nos lleva a Jesucristo. Es un camino perfecto, donde no hay nada de barro, ni de polvo, ni la menor inmundicia de pecado. Es, finalmente, un camino seguro, que nos conduce a Jesucristo y a la vida eterna de manera directa y segura, sin desviarnos ni a la derecha ni a la izquierda. Entremos, pues, en este camino y avancemos por él día y noche, hasta la plenitud de la edad de Jesucristo (N3).

N.1 II Mac 1, 3.

N.2: I Cor., XII, 31

N.3 Cf. Efes. , IV, 13

sábado, 5 de diciembre de 2020

Capítulo VII: Huida a Egipto - Jesucristo, su Vida, su Pasión, su Triunfo - P. Berthé

 

El tirano Herodes visitado por los Reyes Magos


Matanza de los santos Inocentes por orden de Herodes - Giotto

Matanza de los Inocentes - Gustave Doré
Huída a Egipto - (Renacimiento)

El Patriarca José vigilando, durante la huida a Egipto 

El Niño dormía tranquilo mientras Herodes  sintiendo el castigo de Dios caer sobre él, se afanaba en matarlo


CAPÍTULO VII - Huida a Egipto.

PROYECTOS HOMICIDAS DE HERODES. - VIAJE D E L A SANTA FAMILIA Á EGIPTO. - MATANZA DE LOS INOCENTES. - RESIDENCIA DEL NIÑO EN HELIÓPOLIS. - TRISTE FIN DE HERODES. - REGRESO DE LOS DESTERRADOS. (Matth. II, 13-23.)

HERODES esperaba con impaciencia la vuelta de los reyes del Oriente, á fin de saber si habían encontrado en Belén al rey indicado por la estrella. No viéndolos llegar, hizo prolijas investigaciones y supo que, después de corta permanencia en aquella ciudad, habían desaparecido. A esta noticia que trastornaba todos sus planes, el tirano montó en violenta cólera y juró que ese recién nacido llamado ya rey de los Judíos, no le arrebataría la corona. Habiendo vivido siempre sin Dios, el impío no se imaginaba que el Rey del cielo pudiera desbaratar los designios de los potentados de la tierra.

Mas, hé ahí que en estos mismos momentos, un ángel del cielo aparecía á José durante el sueño y le decía: «Levántate, toma al Niño y á su Madre y huye á Egipto en donde permanecerás hasta que yo te indique el día de la vuelta, porque Herodes busca al Niño para quitarle la vida.»

Cumplido su mensaje, el ángel se retiró, sin dar á José tiempo para dirigirle ninguna pregunta. El santo patriarca, obedeciendo sin discutir las órdenes del Señor, levantóse inmediatamente, hizo con gran prisa los preparativos del viaje y, abandonándose á la divina Providencia, se puso en marcha con el Niño y la Madre. Sentada sobre la mansa cabalgadura que la había traído de Nazaret á Belén, la Virgen María llevaba al hijo en sus brazos. Su alma se llenaba á cada instante de tristes pensamientos, pero una mirada á Jesús, bastaba para devolverle la serenidad y la calma. José, silencioso y recogido, velaba por esos dos seres queridos confiados á su guarda y rogaba á los ángeles de Dios que dirigiesen sus pasos por los caminos difíciles y peligrosos que iban á recorrer.

Por lo demás, los recuerdos que cada ciudad, cada lugar traían á su memoria, infundían confianza á los pobres desterrados.

Después de dos horas de marcha, divisaron al oriente de Belén la ciudad de Tecua, donde David su padre encontró un abrigo contra los furores de Saúl. Al frente, sus miradas se dilataban en el valle que vió caer al ejército de Senaquerib baio la espada del Angel éxterminador.

Un poco más lejos, en la cúspide de una colina, se eleva la ciudad de Ramah á cuyos pies la santa Familia llegó en su primera jornada. Después de tres leguas recorridas rápidamente por senderos escarpados y pedregosos, era necesario el descanso para recuperar las perdidas fuerzas. (1)

(1) No tenemos ninguna razón para apartarnos del itinerario trazado por los antiguos historiadores. Las estaciones de la santa Familia están perfectamente en relación con la distancia geográfica; y los monumentos todavía existentes confirman la tradición. No necesitamos advertir á nuestros lectores que los Evangelistas guardan completo silencio acerca de todas estas particularidades del viaje á Egipto.

De Ramah, los santos viajeros se encaminaron hacia el poniente. A corta distancia, desviándose un poco hacia el Sur, habrían llegado á la colina de Hebrón; pero temiendo ser espiados por los soldados de Herodes, contentáronse con saludar de lejos á Isabel y Zacarías sus queridos parientes, á los restos venerados de Abraham y á aquel valle de Mambré lleno todavía de las comunicaciones de Dios con los hijos de los hombres.

 

En Tzirrah, donde pasaron la noche, las montañas de Judá se inclinan en suave pendiente hacia el mar grande, desde donde se divisa la risueña llanura de los Filisteos. Aquí también todo les hablaba de sús antepasados, muchas veces errantes y fugitivos como ellos. A su derecha, en Gaza, Sansón se sepulta bajo las ruinas del templo con sus ídolos y adoradores. A su izquierda, el valle dé Bersabé les recuerda á Abraham huyendo del hambre, y al anciano Jacob dirigiéndose al Egipto llamado por su hijo José. Los divinos proscriptos llegaron por fin á Lebhem en la frontera (1) de la Judea y del Egipto. Habían recorrido treinta leguas en algunos días y en los momentos en que salían de los dominios de Herodes, el perseguidor, con el intento de hacer morir al Niño, cometía un crimen tan bárbaro como inútil.

Aterrorizado, el anciano rey veía en todas partes enemigos. Los Judíos aborrecían en él al asesino de sus reyes; su hijo Antipáter acababa de atentar contra su vida y Dios le hacía ya sentir los primeros síntomas de la horrible enfermedad que lo condujo al sepulcro; y para colmo, se le amenaza con proclamar á un niño rey de los Judíos. En un acceso de cólera, llama á sus guardias fieles, Tracios, Escitas, Galos, habituados á ejecuciones sangrientas, y les ordena degollar en Belén y sus contornos á todos los niños menores de dos años. Ateniéndose á las informaciones de los magos, estaba seguro de que Jesús caería en aquella matanza.

Los asesinos se lanzan á toda prisa á la ciudad de David; invaden los hogares arrancando de sus cunas ó de los brazos de sus madres á los tiernos niños y los degüellan sin piedad. En vano las madres enloquecidas lanzaban gritos de terror; en vano quieren huir; la espada descarga sus golpes por todas partes y siega las inocentes víctimas. Como en los tiempos de Jeremías, desde las alturas de Ramá resonaban lamentaciones y gritos de desesperación. Desde su tumba, Raquel se unía á aquellas madres inconsolables para llorar, no ya por hijos esclavos, sino sobre sangrientos cadáveres.

¡Pobres madres! enjugad vuestras lágrimas: vuestros hijos no existen ya; pero han derramado su sangre por el Niño-Dios! Hasta el fin de los siglos millones de voces cantarán su gloria: ¡Salud, dirán aquellas voces, salud, flores de los mártires, á quienes el perseguidor ha segado en la aurora de la vida, como la tempestad arrebata las flores al nacer. Primicias de la inmolación redentora, tierno rebaño de víctimas, vuestras almas inocentes juguetean al pie del altar entre palmas y coronas»! (1).

(1) Hymn. SS. Innoc.

Mientras Herodes se entregaba á aquella horrible carnicería, el Niño que él quería sacrificar reposaba tranquilo en Egipto, dormido en los brazos de su madre. Al salir María y José de la Judea, penetraron en el inmenso desierto que los Israelitas habían atravesado dirigidos por Moisés. Allí en aquellas llanuras arenosas, sus padres habían vagado durante cuarenta años, comido el maná del cielo, bebido el agua de las rocas y recibido la ley dé Jehová al pie del monte Sinaí cuya cima dejaba ver el lejano horizonte. Confiados en el Dios que sacó á los hebreos del desierto, los santos desterrados se aventuraron en aquellas soledades desconocidas, Después de un nuevo viaje de cerca de treinta leguas á lo largo del gran mar, llegaron á Faramah aquel lugar en que José fué á recibir al anciano Jacob. Remontando entonces el curso del Nilo, el rio bendito de los Egipcios, atravesaron la hermosa llanura de Tanís, testigo de los numerosos prodigios realizados por Moisés para gloria del verdadero Dios. Sus pies hollaban la tierra ilustrada por los patriarcas, sobre todo por aquel niño salvado de las aguas, libertador de su pueblo y figura viva del Mesías. Siguieron su camino hasta la noble ciudad de Heliópolis donde aguardaron las órdenes de Dios.

El Egipto, vasto templo de ídolos, servía de centro de reunión á todos los espíritus del abismo. Allí se adoraba á dioses de figura humana, á los astros, á los animales y hasta á las legumbres de los huertos. Heliópolis, la ciudad santa, con su templo del sol, sus colegios de sacerdotes y sabios, formaba como el centro del culto idolátrico. Y sin embargo, en el seno de aquella ciudad enteramente pagana, fué donde Dios había preparado una nueva patria á la santa Familia. Los Judíos desterrados después de la destrucción de Jerusalén y más tarde los proscriptos de Antíoco, se habían refugiado en gran número en Heliópolis. A fin de tener un recuerdo de la madre-patria y del culto de sus antepasados, construyeron allí un templo á Jehová que casi igualaba en magnificencia al de Jerusalén. José y María se encontraron, pues, con compatriotas, la mayor parte hijos de fugitivos y desterrados como ellos. En medio de aquella colonia de judíos, trabajaron para ganar el pan de cada día, viviendo como en Belén desconocidos y pobres. Una miserable gruta (1) les servía de asilo; pero Jesús habitaba allí con ellos y su corazón superabundaba en gozo en medio de las tribulaciones.

(1) Los peregrinos visitan aún hoy la gruta de Heliópolis.

Herodes, al contrario, pasaba días aciagos en su palacio de oro de Sión. Poco tiempo después de la matanza de Belén, la venganza divina estalló sobre el asesino y le hizo sentir como un preludio de los eternos tormentos. Un fuego interior le consumía penetrándole hasta la médula de los huesos; ningún alimento podía saciar el hambre que le devoraba, úlceras malignas le roían las entrañas; su cuerpo todo, presa viva de los gusanos, exhalaba el olor fétido de un cadáver en putrefacción. Bajo la tensión de sus nervios horriblemente contraídos y de sus miembros hinchados por la hidropesía, lanzaba aullidos de dolor que hacían decir á sus familiares: « La mano de Dios pesa sobre este hombre en castigo de sus crímenes».

Como último recurso, sus médicos le hicieron trasladarse á las aguas de Callirhoe, cerca de Jericó. Se le sumergió en un baño de aceite y betún, en el que al instante se cerraron sus ojos y su cuerpo pareció disolverse. Creyéndole muerto, los judíos dieron un grito de júbilo. Para castigarlos, hizo aprisionar á los miembros de las principales familias. «Tan pronto como haya muerto, dijo á su digna hermana Salomé, hacedlos matar á todos,- así estaré seguro de que la Judea llorará el día de mi muerte.» En un arranque de desesperación, intentó atravesarse el corazón con un puñal é hizo degollar en la prisión á su hijo Antipáter acusado de haber querido asesinarle.

Cinco días después, murió este cruel tirano (1) cargado con las maldiciones del pueblo y con la eterna reprobación de Dios.

(1) Herodes murió el año de Roma 750, el 25 de marzo, cerca de un mes después de la matanza de los Inocentes. Los detalles que damos sobre su enfermedad y su muerte, han sido tomados del historiador Josefo (Antiquit. XVI y XVII).

Mientras tanto, la santa Familia vivía en paz en Heliópolis donde pasó todavía largos meses comiendo el pan del destierro, con los ojos puestos en el camino de la patria y aguardando la orden de regreso. Una noche, el ángel del Señor apareció de nuevo á José durante el sueño: «Levántate, le dijo, toma al Niño y á la Madre y vuelve al país de Israel, pues han muerto ya los que atentaban contra la vida del Niño. »

José obedece al punto y los desterrados vuelven á tomar el camino que habían seguido bordeando la ribera del mar. Llegados á las fronteras de la Judea, José iba á dirigirse á Belén; pero los acontecimientos sobrevenidos en el país lo pusieron en gran perplejidad. Supo que Arquelao, hijo y sucesor de Herodes, no se mostraba menos cruel ni menos hostil á los Judíos que el feroz Idumeo. Cincuenta de los principales jefes de la Judea acababan de trasladarse á Roma para suplicar al emperador que no les impusiera el odioso yugo de Arquelao. «Herodes, le dijeron, era una fiera más bien que un hombre. Esperábamos que su hijo fuera más humano; pero lejos de corresponder á nuestra esperanza, acaba de hacer pasar á cuchillo á tres mil de los nuestros en el recinto sagrado del templo. » En consecuencia, los diputados pedían la anulación del testamento de Herodes y la anexión de la Judea al imperio.

Esta situación hacía imposible para José la entrada en Belén. Apenas habían pasado ocho años desde la desaparición de la santa Familia y fácilmente podía llegar su vuelta á conocimiento del príncipe cruel cuya caída reclamaban los Judíos, suscitándose de esta manera nuevos peligros para el Niño. El santo patriarca revolvía en su mente estos pensamientos, cuando recibió en sueños el aviso de volver directamente á Nazaret. Por temor de Arquelao, emprendió camino hacia Galilea por la vía marítima de Gaza, Ascalón, Jope y Cesárea. (1). Los tres santos personajes llegaron á Nazaret después de un viaje de ciento veinticinco leguas.

(1) Monumentos muy antiguos recuerdan las estaciones de la santa Familia á su vuelta del Egipto.

De esta manera se cumplían las palabras que el Señor aplicaba á Israel: «He llamado á mi hijo del Egipto.» (1). Israel no era más que la figura de Jesús, su Hijo muy amado. Para libertar á los Israelitas del yugo de los Egipcios, abrióles un camino á través del Mar Rojo; para salvar á su Hijo desterrado en las mismas riberas del Nilo, derriba á sus pies á un tirano sanguinario, y por un camino trazado por El mismo, trae al Niño al país de sus antepasados, no á Belén donde había nacido, sino á Nazaret, á fin de que se verificase aquella otra predicción: «Será llamado Nazareno» (2). Así realiza Dios sus designios sobre el mundo, á pesar de la sabiduría de los falsos sabios y la fuerza bruta de los malvados.

(1) Ose. XI. 1.

(2) Isa. XI, 1. La palabra hebrea de donde viene el nombre de Nazaret, significa flor. Según el texto de Isaías y otros semejantes, Jesús puede ser llamado á la vez Nazareno y flor de Israel.

 

 

CAPÍTULO VIII.

miércoles, 2 de diciembre de 2020

Es María sola -dicen la Iglesia y el Espíritu Santo que la dirige-, quien ha dado muerte sola a las herejías: 'Sola cuncta haereses interemisti in universo mundo' (TVD, 167)

 

Milagrosa Imagen de N. Sra. de las Lajas (Colombia)

167. Como es María sola -dicen la Iglesia y el Espíritu Santo que la dirige-, quien ha dado muerte sola a las herejías: Sola cuncta haereses interemisti in universo mundo N.1; aunque los críticos murmuren, jamás un fiel devoto de María caerá en herejía o ilusión, al menos formales.

Podrá, sí, errar materialmente, tomar la mentira por la verdad y el espíritu maligno por el bueno –aunque más difícilmente que los otros; pero, tarde o temprano, conocerá su falta y error material, y, cuando lo conozca, no se obstinará en modo alguno en creer y sostener lo que había tenido por verdadero.

N.1: Oficio de la Ssma. Virgen, 1a antífona del 3er nocturno