San Agustín, Doctor de la Iglesia |
172. Para conocer la excelencia de este motivo habría que conocer el bien
que hay en convertir un pecador o en liberar un alma del purgatorio: bien
infinito, mayor que crear el cielo y la tierra (N.1), pues se da a un alma la posesión de Dios. De suerte que, aun
cuando por esta práctica no se sacase en la vida entera más que a un alma del
purgatorio, o no se convirtiese más que a un solo pecador, ¿no sería esto
motivo suficiente para mover a todo hombre caritativo a abrazarla?
Nótese, además, que nuestras buenas obras, al pasar por las manos de
María, reciben un aumento de pureza y, por lo mismo, de mérito y valor
satisfactorio e impetratorio: con lo cual se hacen mucho más capaces de aliviar
a las almas del purgatorio y convertir a los pecadores que si no pasaran por
las manos virginales y generosas de María. Lo poco que ofrecemos por medio de
la Santa Virgen, sin voluntad propia, y por una caridad muy desinteresada, llega
a ser en verdad bien poderoso para aplacar la cólera de Dios y atraer su
misericordia. Y se verá tal vez, a la muerte de una persona bien fiel a
esta práctica, que ha liberado por este medio a numerosas almas del purgatorio
y convertido a numerosos pecadores aunque sólo haya realizado obras bastante comunes
de su propio estado. ¡Qué gozo en el día de su juicio! ¡Qué gloria en la
eternidad!
N. 1 S. Agustín, Tract. 72 in Joann.
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