miércoles, 16 de diciembre de 2020

Para conocer la excelencia de este motivo habría que conocer el bien que hay en convertir un pecador o en liberar un alma del purgatorio, mayor que crear el cielo y la tierra (TVD, 172)

 

San Agustín, Doctor de la Iglesia

172. Para conocer la excelencia de este motivo habría que conocer el bien que hay en convertir un pecador o en liberar un alma del purgatorio: bien infinito, mayor que crear el cielo y la tierra (N.1), pues se da a un alma la posesión de Dios. De suerte que, aun cuando por esta práctica no se sacase en la vida entera más que a un alma del purgatorio, o no se convirtiese más que a un solo pecador, ¿no sería esto motivo suficiente para mover a todo hombre caritativo a abrazarla?

Nótese, además, que nuestras buenas obras, al pasar por las manos de María, reciben un aumento de pureza y, por lo mismo, de mérito y valor satisfactorio e impetratorio: con lo cual se hacen mucho más capaces de aliviar a las almas del purgatorio y convertir a los pecadores que si no pasaran por las manos virginales y generosas de María. Lo poco que ofrecemos por medio de la Santa Virgen, sin voluntad propia, y por una caridad muy desinteresada, llega a ser en verdad bien poderoso para aplacar la cólera de Dios y atraer su misericordia. Y se verá tal vez, a la muerte de una persona bien fiel a esta práctica, que ha liberado por este medio a numerosas almas del purgatorio y convertido a numerosos pecadores aunque sólo haya realizado obras bastante comunes de su propio estado. ¡Qué gozo en el día de su juicio! ¡Qué gloria en la eternidad!

N. 1 S. Agustín, Tract. 72 in Joann.  

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