sábado, 5 de diciembre de 2020

Capítulo VII: Huida a Egipto - Jesucristo, su Vida, su Pasión, su Triunfo - P. Berthé

 

El tirano Herodes visitado por los Reyes Magos


Matanza de los santos Inocentes por orden de Herodes - Giotto

Matanza de los Inocentes - Gustave Doré
Huída a Egipto - (Renacimiento)

El Patriarca José vigilando, durante la huida a Egipto 

El Niño dormía tranquilo mientras Herodes  sintiendo el castigo de Dios caer sobre él, se afanaba en matarlo


CAPÍTULO VII - Huida a Egipto.

PROYECTOS HOMICIDAS DE HERODES. - VIAJE D E L A SANTA FAMILIA Á EGIPTO. - MATANZA DE LOS INOCENTES. - RESIDENCIA DEL NIÑO EN HELIÓPOLIS. - TRISTE FIN DE HERODES. - REGRESO DE LOS DESTERRADOS. (Matth. II, 13-23.)

HERODES esperaba con impaciencia la vuelta de los reyes del Oriente, á fin de saber si habían encontrado en Belén al rey indicado por la estrella. No viéndolos llegar, hizo prolijas investigaciones y supo que, después de corta permanencia en aquella ciudad, habían desaparecido. A esta noticia que trastornaba todos sus planes, el tirano montó en violenta cólera y juró que ese recién nacido llamado ya rey de los Judíos, no le arrebataría la corona. Habiendo vivido siempre sin Dios, el impío no se imaginaba que el Rey del cielo pudiera desbaratar los designios de los potentados de la tierra.

Mas, hé ahí que en estos mismos momentos, un ángel del cielo aparecía á José durante el sueño y le decía: «Levántate, toma al Niño y á su Madre y huye á Egipto en donde permanecerás hasta que yo te indique el día de la vuelta, porque Herodes busca al Niño para quitarle la vida.»

Cumplido su mensaje, el ángel se retiró, sin dar á José tiempo para dirigirle ninguna pregunta. El santo patriarca, obedeciendo sin discutir las órdenes del Señor, levantóse inmediatamente, hizo con gran prisa los preparativos del viaje y, abandonándose á la divina Providencia, se puso en marcha con el Niño y la Madre. Sentada sobre la mansa cabalgadura que la había traído de Nazaret á Belén, la Virgen María llevaba al hijo en sus brazos. Su alma se llenaba á cada instante de tristes pensamientos, pero una mirada á Jesús, bastaba para devolverle la serenidad y la calma. José, silencioso y recogido, velaba por esos dos seres queridos confiados á su guarda y rogaba á los ángeles de Dios que dirigiesen sus pasos por los caminos difíciles y peligrosos que iban á recorrer.

Por lo demás, los recuerdos que cada ciudad, cada lugar traían á su memoria, infundían confianza á los pobres desterrados.

Después de dos horas de marcha, divisaron al oriente de Belén la ciudad de Tecua, donde David su padre encontró un abrigo contra los furores de Saúl. Al frente, sus miradas se dilataban en el valle que vió caer al ejército de Senaquerib baio la espada del Angel éxterminador.

Un poco más lejos, en la cúspide de una colina, se eleva la ciudad de Ramah á cuyos pies la santa Familia llegó en su primera jornada. Después de tres leguas recorridas rápidamente por senderos escarpados y pedregosos, era necesario el descanso para recuperar las perdidas fuerzas. (1)

(1) No tenemos ninguna razón para apartarnos del itinerario trazado por los antiguos historiadores. Las estaciones de la santa Familia están perfectamente en relación con la distancia geográfica; y los monumentos todavía existentes confirman la tradición. No necesitamos advertir á nuestros lectores que los Evangelistas guardan completo silencio acerca de todas estas particularidades del viaje á Egipto.

De Ramah, los santos viajeros se encaminaron hacia el poniente. A corta distancia, desviándose un poco hacia el Sur, habrían llegado á la colina de Hebrón; pero temiendo ser espiados por los soldados de Herodes, contentáronse con saludar de lejos á Isabel y Zacarías sus queridos parientes, á los restos venerados de Abraham y á aquel valle de Mambré lleno todavía de las comunicaciones de Dios con los hijos de los hombres.

 

En Tzirrah, donde pasaron la noche, las montañas de Judá se inclinan en suave pendiente hacia el mar grande, desde donde se divisa la risueña llanura de los Filisteos. Aquí también todo les hablaba de sús antepasados, muchas veces errantes y fugitivos como ellos. A su derecha, en Gaza, Sansón se sepulta bajo las ruinas del templo con sus ídolos y adoradores. A su izquierda, el valle dé Bersabé les recuerda á Abraham huyendo del hambre, y al anciano Jacob dirigiéndose al Egipto llamado por su hijo José. Los divinos proscriptos llegaron por fin á Lebhem en la frontera (1) de la Judea y del Egipto. Habían recorrido treinta leguas en algunos días y en los momentos en que salían de los dominios de Herodes, el perseguidor, con el intento de hacer morir al Niño, cometía un crimen tan bárbaro como inútil.

Aterrorizado, el anciano rey veía en todas partes enemigos. Los Judíos aborrecían en él al asesino de sus reyes; su hijo Antipáter acababa de atentar contra su vida y Dios le hacía ya sentir los primeros síntomas de la horrible enfermedad que lo condujo al sepulcro; y para colmo, se le amenaza con proclamar á un niño rey de los Judíos. En un acceso de cólera, llama á sus guardias fieles, Tracios, Escitas, Galos, habituados á ejecuciones sangrientas, y les ordena degollar en Belén y sus contornos á todos los niños menores de dos años. Ateniéndose á las informaciones de los magos, estaba seguro de que Jesús caería en aquella matanza.

Los asesinos se lanzan á toda prisa á la ciudad de David; invaden los hogares arrancando de sus cunas ó de los brazos de sus madres á los tiernos niños y los degüellan sin piedad. En vano las madres enloquecidas lanzaban gritos de terror; en vano quieren huir; la espada descarga sus golpes por todas partes y siega las inocentes víctimas. Como en los tiempos de Jeremías, desde las alturas de Ramá resonaban lamentaciones y gritos de desesperación. Desde su tumba, Raquel se unía á aquellas madres inconsolables para llorar, no ya por hijos esclavos, sino sobre sangrientos cadáveres.

¡Pobres madres! enjugad vuestras lágrimas: vuestros hijos no existen ya; pero han derramado su sangre por el Niño-Dios! Hasta el fin de los siglos millones de voces cantarán su gloria: ¡Salud, dirán aquellas voces, salud, flores de los mártires, á quienes el perseguidor ha segado en la aurora de la vida, como la tempestad arrebata las flores al nacer. Primicias de la inmolación redentora, tierno rebaño de víctimas, vuestras almas inocentes juguetean al pie del altar entre palmas y coronas»! (1).

(1) Hymn. SS. Innoc.

Mientras Herodes se entregaba á aquella horrible carnicería, el Niño que él quería sacrificar reposaba tranquilo en Egipto, dormido en los brazos de su madre. Al salir María y José de la Judea, penetraron en el inmenso desierto que los Israelitas habían atravesado dirigidos por Moisés. Allí en aquellas llanuras arenosas, sus padres habían vagado durante cuarenta años, comido el maná del cielo, bebido el agua de las rocas y recibido la ley dé Jehová al pie del monte Sinaí cuya cima dejaba ver el lejano horizonte. Confiados en el Dios que sacó á los hebreos del desierto, los santos desterrados se aventuraron en aquellas soledades desconocidas, Después de un nuevo viaje de cerca de treinta leguas á lo largo del gran mar, llegaron á Faramah aquel lugar en que José fué á recibir al anciano Jacob. Remontando entonces el curso del Nilo, el rio bendito de los Egipcios, atravesaron la hermosa llanura de Tanís, testigo de los numerosos prodigios realizados por Moisés para gloria del verdadero Dios. Sus pies hollaban la tierra ilustrada por los patriarcas, sobre todo por aquel niño salvado de las aguas, libertador de su pueblo y figura viva del Mesías. Siguieron su camino hasta la noble ciudad de Heliópolis donde aguardaron las órdenes de Dios.

El Egipto, vasto templo de ídolos, servía de centro de reunión á todos los espíritus del abismo. Allí se adoraba á dioses de figura humana, á los astros, á los animales y hasta á las legumbres de los huertos. Heliópolis, la ciudad santa, con su templo del sol, sus colegios de sacerdotes y sabios, formaba como el centro del culto idolátrico. Y sin embargo, en el seno de aquella ciudad enteramente pagana, fué donde Dios había preparado una nueva patria á la santa Familia. Los Judíos desterrados después de la destrucción de Jerusalén y más tarde los proscriptos de Antíoco, se habían refugiado en gran número en Heliópolis. A fin de tener un recuerdo de la madre-patria y del culto de sus antepasados, construyeron allí un templo á Jehová que casi igualaba en magnificencia al de Jerusalén. José y María se encontraron, pues, con compatriotas, la mayor parte hijos de fugitivos y desterrados como ellos. En medio de aquella colonia de judíos, trabajaron para ganar el pan de cada día, viviendo como en Belén desconocidos y pobres. Una miserable gruta (1) les servía de asilo; pero Jesús habitaba allí con ellos y su corazón superabundaba en gozo en medio de las tribulaciones.

(1) Los peregrinos visitan aún hoy la gruta de Heliópolis.

Herodes, al contrario, pasaba días aciagos en su palacio de oro de Sión. Poco tiempo después de la matanza de Belén, la venganza divina estalló sobre el asesino y le hizo sentir como un preludio de los eternos tormentos. Un fuego interior le consumía penetrándole hasta la médula de los huesos; ningún alimento podía saciar el hambre que le devoraba, úlceras malignas le roían las entrañas; su cuerpo todo, presa viva de los gusanos, exhalaba el olor fétido de un cadáver en putrefacción. Bajo la tensión de sus nervios horriblemente contraídos y de sus miembros hinchados por la hidropesía, lanzaba aullidos de dolor que hacían decir á sus familiares: « La mano de Dios pesa sobre este hombre en castigo de sus crímenes».

Como último recurso, sus médicos le hicieron trasladarse á las aguas de Callirhoe, cerca de Jericó. Se le sumergió en un baño de aceite y betún, en el que al instante se cerraron sus ojos y su cuerpo pareció disolverse. Creyéndole muerto, los judíos dieron un grito de júbilo. Para castigarlos, hizo aprisionar á los miembros de las principales familias. «Tan pronto como haya muerto, dijo á su digna hermana Salomé, hacedlos matar á todos,- así estaré seguro de que la Judea llorará el día de mi muerte.» En un arranque de desesperación, intentó atravesarse el corazón con un puñal é hizo degollar en la prisión á su hijo Antipáter acusado de haber querido asesinarle.

Cinco días después, murió este cruel tirano (1) cargado con las maldiciones del pueblo y con la eterna reprobación de Dios.

(1) Herodes murió el año de Roma 750, el 25 de marzo, cerca de un mes después de la matanza de los Inocentes. Los detalles que damos sobre su enfermedad y su muerte, han sido tomados del historiador Josefo (Antiquit. XVI y XVII).

Mientras tanto, la santa Familia vivía en paz en Heliópolis donde pasó todavía largos meses comiendo el pan del destierro, con los ojos puestos en el camino de la patria y aguardando la orden de regreso. Una noche, el ángel del Señor apareció de nuevo á José durante el sueño: «Levántate, le dijo, toma al Niño y á la Madre y vuelve al país de Israel, pues han muerto ya los que atentaban contra la vida del Niño. »

José obedece al punto y los desterrados vuelven á tomar el camino que habían seguido bordeando la ribera del mar. Llegados á las fronteras de la Judea, José iba á dirigirse á Belén; pero los acontecimientos sobrevenidos en el país lo pusieron en gran perplejidad. Supo que Arquelao, hijo y sucesor de Herodes, no se mostraba menos cruel ni menos hostil á los Judíos que el feroz Idumeo. Cincuenta de los principales jefes de la Judea acababan de trasladarse á Roma para suplicar al emperador que no les impusiera el odioso yugo de Arquelao. «Herodes, le dijeron, era una fiera más bien que un hombre. Esperábamos que su hijo fuera más humano; pero lejos de corresponder á nuestra esperanza, acaba de hacer pasar á cuchillo á tres mil de los nuestros en el recinto sagrado del templo. » En consecuencia, los diputados pedían la anulación del testamento de Herodes y la anexión de la Judea al imperio.

Esta situación hacía imposible para José la entrada en Belén. Apenas habían pasado ocho años desde la desaparición de la santa Familia y fácilmente podía llegar su vuelta á conocimiento del príncipe cruel cuya caída reclamaban los Judíos, suscitándose de esta manera nuevos peligros para el Niño. El santo patriarca revolvía en su mente estos pensamientos, cuando recibió en sueños el aviso de volver directamente á Nazaret. Por temor de Arquelao, emprendió camino hacia Galilea por la vía marítima de Gaza, Ascalón, Jope y Cesárea. (1). Los tres santos personajes llegaron á Nazaret después de un viaje de ciento veinticinco leguas.

(1) Monumentos muy antiguos recuerdan las estaciones de la santa Familia á su vuelta del Egipto.

De esta manera se cumplían las palabras que el Señor aplicaba á Israel: «He llamado á mi hijo del Egipto.» (1). Israel no era más que la figura de Jesús, su Hijo muy amado. Para libertar á los Israelitas del yugo de los Egipcios, abrióles un camino á través del Mar Rojo; para salvar á su Hijo desterrado en las mismas riberas del Nilo, derriba á sus pies á un tirano sanguinario, y por un camino trazado por El mismo, trae al Niño al país de sus antepasados, no á Belén donde había nacido, sino á Nazaret, á fin de que se verificase aquella otra predicción: «Será llamado Nazareno» (2). Así realiza Dios sus designios sobre el mundo, á pesar de la sabiduría de los falsos sabios y la fuerza bruta de los malvados.

(1) Ose. XI. 1.

(2) Isa. XI, 1. La palabra hebrea de donde viene el nombre de Nazaret, significa flor. Según el texto de Isaías y otros semejantes, Jesús puede ser llamado á la vez Nazareno y flor de Israel.

 

 

CAPÍTULO VIII.

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