El tirano Herodes visitado por los Reyes Magos |
Matanza de los santos Inocentes por orden de Herodes - Giotto |
Matanza de los Inocentes - Gustave Doré |
Huída a Egipto - (Renacimiento) |
El Patriarca José vigilando, durante la huida a Egipto |
El Niño dormía tranquilo mientras Herodes sintiendo el castigo de Dios caer sobre él, se afanaba en matarlo |
PROYECTOS HOMICIDAS DE HERODES. - VIAJE D E L A SANTA FAMILIA
Á EGIPTO. - MATANZA DE LOS INOCENTES. - RESIDENCIA DEL NIÑO EN HELIÓPOLIS. -
TRISTE FIN DE HERODES. - REGRESO DE LOS DESTERRADOS. (Matth. II, 13-23.)
HERODES
esperaba con impaciencia la vuelta de los reyes del Oriente, á fin de saber si
habían encontrado en Belén al rey indicado por la estrella. No viéndolos
llegar, hizo prolijas investigaciones y supo que, después de corta permanencia
en aquella ciudad, habían desaparecido. A esta noticia que trastornaba todos
sus planes, el tirano montó en violenta cólera y juró que ese recién nacido
llamado ya rey de los Judíos, no le arrebataría la corona. Habiendo vivido
siempre sin Dios, el impío no se imaginaba que el Rey del cielo pudiera
desbaratar los designios de los potentados de la tierra.
Mas, hé ahí que en estos mismos momentos, un ángel del cielo
aparecía á José durante el sueño y le decía: «Levántate, toma al Niño y á su
Madre y huye á Egipto en donde permanecerás hasta que yo te indique el día de
la vuelta, porque Herodes busca al Niño para quitarle la vida.»
Cumplido su mensaje, el ángel se retiró, sin dar á José
tiempo para dirigirle ninguna pregunta. El santo patriarca, obedeciendo sin
discutir las órdenes del Señor, levantóse inmediatamente, hizo con gran prisa
los preparativos del viaje y, abandonándose á la divina Providencia, se puso en
marcha con el Niño y la Madre. Sentada sobre la mansa cabalgadura que la había
traído de Nazaret á Belén, la Virgen María llevaba al hijo en sus brazos. Su
alma se llenaba á cada instante de tristes pensamientos, pero una mirada á
Jesús, bastaba para devolverle la serenidad y la calma. José, silencioso y
recogido, velaba por esos dos seres queridos confiados á su guarda y rogaba á
los ángeles de Dios que dirigiesen sus pasos por los caminos difíciles y
peligrosos que iban á recorrer.
Por lo demás, los recuerdos que cada ciudad, cada lugar
traían á su memoria, infundían confianza á los pobres desterrados.
Después de dos horas de marcha, divisaron al oriente de
Belén la ciudad de Tecua, donde David su padre encontró un abrigo contra los
furores de Saúl. Al frente, sus miradas se dilataban en el valle que vió caer
al ejército de Senaquerib baio la espada del Angel éxterminador.
Un poco más lejos, en la cúspide de una colina, se eleva la
ciudad de Ramah á cuyos pies la santa Familia llegó en su primera jornada.
Después de tres leguas recorridas rápidamente por senderos escarpados y
pedregosos, era necesario el descanso para recuperar las perdidas fuerzas. (1)
(1) No tenemos ninguna razón
para apartarnos del itinerario trazado por los antiguos historiadores. Las estaciones
de la santa Familia están perfectamente en relación con la distancia
geográfica; y los monumentos todavía existentes confirman la tradición. No
necesitamos advertir á nuestros lectores que los Evangelistas guardan completo
silencio acerca de todas estas particularidades del viaje á Egipto.
De Ramah, los santos viajeros se encaminaron hacia el
poniente. A corta distancia, desviándose un poco hacia el Sur, habrían llegado
á la colina de Hebrón; pero temiendo ser espiados por los soldados de Herodes,
contentáronse con saludar de lejos á Isabel y Zacarías sus queridos parientes,
á los restos venerados de Abraham y á aquel valle de Mambré lleno todavía de
las comunicaciones de Dios con los hijos de los hombres.
En Tzirrah, donde pasaron la noche, las montañas de Judá se
inclinan en suave pendiente hacia el mar grande, desde donde se divisa la
risueña llanura de los Filisteos. Aquí también todo les hablaba de sús
antepasados, muchas veces errantes y fugitivos como ellos. A su derecha, en
Gaza, Sansón se sepulta bajo las ruinas del templo con sus ídolos y adoradores.
A su izquierda, el valle dé Bersabé les recuerda á Abraham huyendo del hambre,
y al anciano Jacob dirigiéndose al Egipto llamado por su hijo José. Los divinos
proscriptos llegaron por fin á Lebhem en la frontera (1) de la Judea y del
Egipto. Habían recorrido treinta leguas en algunos días y en los momentos en
que salían de los dominios de Herodes, el perseguidor, con el intento de hacer
morir al Niño, cometía un crimen tan bárbaro como inútil.
Aterrorizado, el anciano rey veía en todas partes enemigos.
Los Judíos aborrecían en él al asesino de sus reyes; su hijo Antipáter acababa
de atentar contra su vida y Dios le hacía ya sentir los primeros síntomas de la
horrible enfermedad que lo condujo al sepulcro; y para colmo, se le amenaza con
proclamar á un niño rey de los Judíos. En un acceso de cólera, llama á sus
guardias fieles, Tracios, Escitas, Galos, habituados á ejecuciones sangrientas,
y les ordena degollar en Belén y sus contornos á todos los niños menores de dos
años. Ateniéndose á las informaciones de los magos, estaba seguro de que Jesús
caería en aquella matanza.
Los asesinos se lanzan á toda prisa á la ciudad de David;
invaden los hogares arrancando de sus cunas ó de los brazos de sus madres á los
tiernos niños y los degüellan sin piedad. En vano las madres enloquecidas
lanzaban gritos de terror; en vano quieren huir; la espada descarga sus golpes
por todas partes y siega las inocentes víctimas. Como en los tiempos de
Jeremías, desde las alturas de Ramá resonaban lamentaciones y gritos de
desesperación. Desde su tumba, Raquel se unía á aquellas madres inconsolables
para llorar, no ya por hijos esclavos, sino sobre sangrientos cadáveres.
¡Pobres madres! enjugad vuestras lágrimas: vuestros hijos no
existen ya; pero han derramado su sangre por el Niño-Dios! Hasta el fin de los
siglos millones de voces cantarán su gloria: ¡Salud, dirán aquellas voces,
salud, flores de los mártires, á quienes el perseguidor ha segado en la aurora
de la vida, como la tempestad arrebata las flores al nacer. Primicias de la
inmolación redentora, tierno rebaño de víctimas, vuestras almas inocentes
juguetean al pie del altar entre palmas y coronas»! (1).
(1) Hymn. SS. Innoc.
Mientras Herodes se entregaba á aquella horrible carnicería,
el Niño que él quería sacrificar reposaba tranquilo en Egipto, dormido en los
brazos de su madre. Al salir María y José de la Judea, penetraron en el inmenso
desierto que los Israelitas habían atravesado dirigidos por Moisés. Allí en
aquellas llanuras arenosas, sus padres habían vagado durante cuarenta años,
comido el maná del cielo, bebido el agua de las rocas y recibido la ley dé
Jehová al pie del monte Sinaí cuya cima dejaba ver el lejano horizonte.
Confiados en el Dios que sacó á los hebreos del desierto, los santos
desterrados se aventuraron en aquellas soledades desconocidas, Después de un nuevo
viaje de cerca de treinta leguas á lo largo del gran mar, llegaron á Faramah
aquel lugar en que José fué á recibir al anciano Jacob. Remontando entonces el
curso del Nilo, el rio bendito de los Egipcios, atravesaron la hermosa llanura
de Tanís, testigo de los numerosos prodigios realizados por Moisés para gloria
del verdadero Dios. Sus pies hollaban la tierra ilustrada por los patriarcas,
sobre todo por aquel niño salvado de las aguas, libertador de su pueblo y
figura viva del Mesías. Siguieron su camino hasta la noble ciudad de Heliópolis
donde aguardaron las órdenes de Dios.
El Egipto, vasto templo de ídolos, servía de centro de
reunión á todos los espíritus del abismo. Allí se adoraba á dioses de figura
humana, á los astros, á los animales y hasta á las legumbres de los huertos.
Heliópolis, la ciudad santa, con su templo del sol, sus colegios de sacerdotes
y sabios, formaba como el centro del culto idolátrico. Y sin embargo, en el
seno de aquella ciudad enteramente pagana, fué donde Dios había preparado una
nueva patria á la santa Familia. Los Judíos desterrados después de la
destrucción de Jerusalén y más tarde los proscriptos de Antíoco, se habían
refugiado en gran número en Heliópolis. A fin de tener un recuerdo de la
madre-patria y del culto de sus antepasados, construyeron allí un templo á
Jehová que casi igualaba en magnificencia al de Jerusalén. José y María se
encontraron, pues, con compatriotas, la mayor parte hijos de fugitivos y
desterrados como ellos. En medio de aquella colonia de judíos, trabajaron para
ganar el pan de cada día, viviendo como en Belén desconocidos y pobres. Una
miserable gruta (1) les servía de asilo; pero Jesús habitaba allí con ellos y
su corazón superabundaba en gozo en medio de las tribulaciones.
(1) Los peregrinos visitan aún
hoy la gruta de Heliópolis.
Herodes, al contrario, pasaba días aciagos en su palacio de
oro de Sión. Poco tiempo después de la matanza de Belén, la venganza divina
estalló sobre el asesino y le hizo sentir como un preludio de los eternos
tormentos. Un fuego interior le consumía penetrándole hasta la médula de los
huesos; ningún alimento podía saciar el hambre que le devoraba, úlceras
malignas le roían las entrañas; su cuerpo todo, presa viva de los gusanos,
exhalaba el olor fétido de un cadáver en putrefacción. Bajo la tensión de sus
nervios horriblemente contraídos y de sus miembros hinchados por la hidropesía,
lanzaba aullidos de dolor que hacían decir á sus familiares: « La mano de Dios
pesa sobre este hombre en castigo de sus crímenes».
Como último recurso, sus médicos le hicieron trasladarse á
las aguas de Callirhoe, cerca de Jericó. Se le sumergió en un baño de aceite y
betún, en el que al instante se cerraron sus ojos y su cuerpo pareció
disolverse. Creyéndole muerto, los judíos dieron un grito de júbilo. Para
castigarlos, hizo aprisionar á los miembros de las principales familias. «Tan
pronto como haya muerto, dijo á su digna hermana Salomé, hacedlos matar á
todos,- así estaré seguro de que la Judea llorará el día de mi muerte.» En un
arranque de desesperación, intentó atravesarse el corazón con un puñal é hizo
degollar en la prisión á su hijo Antipáter acusado de haber querido asesinarle.
Cinco días después, murió este cruel tirano (1) cargado con
las maldiciones del pueblo y con la eterna reprobación de Dios.
(1) Herodes murió el año de Roma
750, el 25 de marzo, cerca de un mes después de la matanza de los Inocentes.
Los detalles que damos sobre su enfermedad y su muerte, han sido tomados del
historiador Josefo (Antiquit. XVI y XVII).
Mientras tanto, la santa Familia vivía en paz en Heliópolis
donde pasó todavía largos meses comiendo el pan del destierro, con los ojos
puestos en el camino de la patria y aguardando la orden de regreso. Una noche,
el ángel del Señor apareció de nuevo á José durante el sueño: «Levántate, le
dijo, toma al Niño y á la Madre y vuelve al país de Israel, pues han muerto ya
los que atentaban contra la vida del Niño. »
José obedece al punto y los desterrados vuelven á tomar el
camino que habían seguido bordeando la ribera del mar. Llegados á las fronteras
de la Judea, José iba á dirigirse á Belén; pero los acontecimientos
sobrevenidos en el país lo pusieron en gran perplejidad. Supo que Arquelao,
hijo y sucesor de Herodes, no se mostraba menos cruel ni menos hostil á los
Judíos que el feroz Idumeo. Cincuenta de los principales jefes de la Judea
acababan de trasladarse á Roma para suplicar al emperador que no les impusiera
el odioso yugo de Arquelao. «Herodes, le dijeron, era una fiera más bien que un
hombre. Esperábamos que su hijo fuera más humano; pero lejos de corresponder á
nuestra esperanza, acaba de hacer pasar á cuchillo á tres mil de los nuestros
en el recinto sagrado del templo. » En consecuencia, los diputados pedían la
anulación del testamento de Herodes y la anexión de la Judea al imperio.
Esta situación hacía imposible para José la entrada en
Belén. Apenas habían pasado ocho años desde la desaparición de la santa Familia
y fácilmente podía llegar su vuelta á conocimiento del príncipe cruel cuya
caída reclamaban los Judíos, suscitándose de esta manera nuevos peligros para
el Niño. El santo patriarca revolvía en su mente estos pensamientos, cuando
recibió en sueños el aviso de volver directamente á Nazaret. Por temor de
Arquelao, emprendió camino hacia Galilea por la vía marítima de Gaza, Ascalón,
Jope y Cesárea. (1). Los tres santos personajes llegaron á Nazaret después de
un viaje de ciento veinticinco leguas.
(1) Monumentos muy antiguos
recuerdan las estaciones de la santa Familia á su vuelta del Egipto.
De esta manera se cumplían las palabras que el Señor
aplicaba á Israel: «He llamado á mi hijo del Egipto.» (1). Israel no era más
que la figura de Jesús, su Hijo muy amado. Para libertar á los Israelitas del
yugo de los Egipcios, abrióles un camino á través del Mar Rojo; para salvar á
su Hijo desterrado en las mismas riberas del Nilo, derriba á sus pies á un
tirano sanguinario, y por un camino trazado por El mismo, trae al Niño al país
de sus antepasados, no á Belén donde había nacido, sino á Nazaret, á fin de que
se verificase aquella otra predicción: «Será llamado Nazareno» (2). Así realiza
Dios sus designios sobre el mundo, á pesar de la sabiduría de los falsos sabios
y la fuerza bruta de los malvados.
(1) Ose. XI. 1.
(2) Isa. XI, 1. La palabra
hebrea de donde viene el nombre de Nazaret, significa flor. Según el texto de
Isaías y otros semejantes, Jesús puede ser llamado á la vez Nazareno y flor de
Israel.
CAPÍTULO VIII.
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