sábado, 14 de noviembre de 2020

JESUCRISTO, Su Vida, Su Pasión, Su triunfo, del Padre Berthé - Cap. V - La Presentación

 


CAPÍTULO V. La Presentación en el templo.

LA CIRCUNCISIÓN. — EL NOMBRE DE JESÚS. — PRESCRIPCIONES LEGALES — MARÍA EN EL TEMPLO. — PROFECÍA DE AGEO. — EL SANTO ANCIANO SIMEÓN. — « NUNC DIMITTIS”— GRAVE PREDICCIÓN. ANA, LA PROFETISA. PURIFICACIÓN Y PRESENTACION. (LUC. II, 21-38.)

AL octavo día después de su nacimiento, el Niño fué circuncidado en la gruta de Belén. José pronunció las palabras del rito sagrado: « Alabado sea nuestro Dios que ha impreso su ley en nuestra carne y marcado á sus hijos con el signo de la alianza para hacerlos partícipes de las bendiciones de Abraham nuestro padre ». (1).

(1)    Ver el Rational de Durand (edición Vives) III. 429.

 

El hijo de María llegaba á ser de esta manera hijo de Abraham, el hijo de la promesa, el hombre misterioso á quien Jehová, para consolar al santo patriarca, glorificaba con estas palabras: « Yo te daré un hijo en quien serán bendecidas todas las naciones de la tierra ».

El día de la circuncisión los padres acostumbraban imponer un nombre al recién nacido. El niño del pesebre fué llamado Jesús, es decir, Salvador. Nombre mil veces bendito que el ángel había traído del cielo para significar la misión del Verbo encarnado; nombre dulce á nuestros labios como la miel, á nuestros oídos como un cántico armonioso, á nuestro corazón como un gusto anticipado del Paraíso; (1) nombre sobre todo nombre, ante el cual se dobla toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los infiernos (2).

Después de esta ceremonia, José y María se establecieron en una humilde casa de Belén, creyendo que el Mesías debía residir en aquella ciudad de David designada por los profetas como su cuna y adonde una circunstancia providencial lo había conducido. Desde allí, el cuadragésimo día después del nacimiento de Jesús se dirigieron á Jerusalén para cumplir otras prescripciones legales.

Dios había dicho á Moisés: « La mujer que ha dado á luz un hijo, se abstendrá de asistir al templo durante cuarenta días. El día cuadragésimo, presentará al sacrificador un cordero de un año y una tortolilla en ofrenda por el pecado. Si no pudiera procurarse un cordero, ofrecerá dos tortolillas. El sacrificador rogará por ella y con esto, quedará purificada (3).— « Además, me serán consagrados los primogénitos. Los rescataréis al precio de cinco siclos de plata. Si vuestros hijos os interrogaren sobre este rescate, les responderéis que Jehová os sacó de Egipto inmolando todos los primogénitos de los Egipcios y que en recuerdo de esta libertad, le consagráis los primogénitos de vuestros hijos » (4).

Esta doble ley obligaba á todas las madres excepto á la Virgen Madre; y á todos los primogénitos éxcepto al NiñoDios. Evidentemente, la que concibió del Espíritu Santo y dió á luz al Santo de los Santos, no tenía mancha alguna de qué purificarse; así como el que nació para rescatar al mundo, no tenía necesidad de rescatarse á sí propio; pero quiso Dios dejar en la oscuridad de la vida común á los dos privilegiados de su corazón, para dar á la tierra una lección sublime de obediencia y humildad.

(1) San Bernardo. Off. S. Nom. Jesu,

(2) Ad Philipp. II. 9-10.

(3) Levit. XII.

(4) Exod, XIII.



En el día fijado por la ley, la divina familia se encaminó á la ciudad santa. María llevaba al Niño en sus brazos; seguíalos José con la humilde ofrenda que debía presentar la pobre madre. Después de algunas horas de marcha, entraron en Jerusalén. Los príncipes de los sacerdotes, pontífices y doctores, ni sospecharían acaso que pasaba delante de sus ojos aquel mismo Mesías cuyos gloriosos destinos tantas veces habían predicado al pueblo. Habrían respondido con una sonrisa de desprecio á quien les hubiera mostrado en ese niño al Libertador de Israel.

María se dirigió al templo, dichoso abrigo de sus primeros años. Al subir con Jesús por las gradas del majestuoso edificio, acordábase involuntariamente de la predicción del profeta Ageo. Quinientos años antes, los restos de las tribus cautivas vueltos de Babilonia, reedificaban la ciudad y el templo, y los ancianos no podían contener sus lágrimas al recordar las magnificencias desaparecidas para siempre. « No lloréis, exclamó entonces el profeta; esperad un poco y el Deseado de las naciones llenará de esplendor esta casa. La gloria del nuevo templo eclipsará la del primero ». (1) La predicción se cumplía en aquel día en que la presencia del Cristo glorificaba y santificaba la casa de Dios; pero, como en el pesebre, dejaba á los sabios sumidos en las tinieblas y sólo se revelaba á los humildes.

Había entonces en Jerusalén un venerable anciano llamado Simeón. Fiel á Dios y confiado en sus promesas, no sólo aguardaba al consolador de Israel, sino que una esperanza aun más dulce llenaba su corazón de una santa alegría. El Espíritu divino por secretas inspiraciones le había anunciado que no moriría antes de ver con sus ojos al Mesías de Jehová.

(1)    Agg, II. 8-10.

 

En aquel día, conducido por el espíritu de Dios, el santo anciano llegó al templo. Cuando José y María penetraron en el sagrado recinto, Simeón divisó al niño en los brazos de su madre. Su mirada se detuvo fijamente en Jesús, sus ojos se humedecieron en lágrimas y su alma, súbitamente iluminada, descubrió al Hijo de Dios bajo los velos de su humanidad. Al punto, arrebatado en un santo transporte, toma al niño en sus brazos, lo estrecha sobre su corazón y con voz trémula de emoción, le dice: « ¡Bendito seas, Señor! Has cumplido tu palabra; ahora puedo morir en paz, pues mis ojos han visto al Salvador, á Aquel que habéis enviado á todas las naciones, luz de los pueblos, gloria de Israel ».

Así habló el hombre de Dios. José y María oían llenos de admiración aquel himno de alabanza en honor del divino Niño, cuando ven que la frente del anciano palidece, como si un doloroso pensamiento turbase su espíritu. Bendijo á los dos santos esposos y luego dijo á la madre: «Este niño ha venido para ruina y resurrección de muchos en Israel. Será blanco de contradicción entre los hombres y con ocasión de su venida, los pensamientos ocultos en el fondo de los corazones quedarán patentes como en pleno día. En cuanto á vos ¡oh madre! una espada de dolor atravesará vuestra alma ». Con esas palabras el profeta anunciaba la oposición de los Judíos al reino del Mesías y hacía entrever el Gólgota. María comprendió el martirio que la esperaba y sin turbarse respondió como en otra ocasión al ángel: « Que se cumpla en su sierva la voluntad de Dios ».

En este momento solemne llegó al templo un nuevo testigo que Dios enviaba para reconocer y glorificar al divino Niño. Era Ana, la profetisa, la hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Viuda, después de siete años de matrimonio, aquella mujer venerable entonces de edad de ochenta años, llevaba una vida santa. Pasaba sus días en la casa de Dios, maceraba su cuerpo con ayunos continuos y día y noche elevaba sus súplicas ante el altar del Señor. Como el anciano Simeón, reconoció en el Niño al Mesías prometido á su pueblo y transportada de gozo, estalló en acciones de gracias y dió testimonio de Jesús delante de todos los que esperaban la redención de Israel.

Después de estas manifestaciones gloriosas al par que sombrías, María se acercó al atrio de los Judíos. Un sacrificador recibió las dos tortolillas, oblación de la pobre madre y recitó en su presencia las oraciones del sagrado rito. El sacerdote la introdujo entonces en el recinto interior para la ceremonia de la presentación. Juntamente con José, María puso el niño en manos del Ministro de Jehová y después de pagar los cinco siclos de rescate, lo recibió nuevamente en sus brazos. En aquel momento, en vez de recobrar la libertad que le aseguraban las formalidades legales, el Niño-Dios se sometía voluntariamente á la esclavitud y consagrándose del todo á la gloria de su Padre, se ofrecía como víctima por la salvación de la humanidad. María y José, movidos por el mismo amor, ofrecían á Dios como obra suya el tesoro depositado en sus manos. Cumplidas las prescripciones de la ley, los santos esposos volvieron á tomar el camino de Belén.

 



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