domingo, 25 de octubre de 2020

JESUCRISTO - Su Vida- Su Pasión - Su Triunfo - Padre Berthé - Cap. II: La Virgen Madre

 

Rey David
San Joaquín y Santa Ana
El Angel Gabriel
La Anunciación del Angel a María 

CAPÍTULO II. La Virgen Madre.

LA VIRGEN MARÍA. — SUS PADRES. — SU CONCEPCIÓN INMACULADA. SU VIDA EN EL TEMPLO. — SU DESPOSORIO. — LA ANUNCIACIÓN. LA ENCARNACIÓN. (Lucas I, 26 - 38.)

EN aquel tiempo vivía en Nazaret, pequeña aldea de Galilea, una joven doncella de la tribu de Judá, pariente cercana de Isabel y Zacarías. Su nombre era María. Todo lo que de ella se sabía era que bajo un exterior sencillo y modesto, ocultaba un nacimiento ilustre. Por su padre Joaquín, pertenecía á la estirpe real de David y por Ana su madre, á la familia sacerdotal de Aarón. Desde la caída de la antigua dinastía, sus antepasados, despojados de su rango y de sus bienes, y perseguidos como pretendientes peligrosos por los nuevos señores de la Judea, habían buscado el reposo en la oscuridad. Desconocidos del suspicaz Herodes, Ana y Joaquín, ocultos en el fondo de un valle solitario, vivían tranquilos con el producto de sus ganados, bastante ricos por otra parte, á pesar de su decadencia, para socorrer á los indigentes y ofrecer abundantes víctimas en el altar de Jehová. 

Con todo, sus días transcurrían en la tristeza, porque el cielo rehusaba bendecir su unión. Como la madre de Samuel; cuyo hermoso nombre llevaba, Ana pedía al Señor que hiciera cesar su esterilidad y Joaquín unía sus súplicas á las de su esposa desolada ; pero Dios parecía complacerse en ejercitar su paciencia. Y sin embargo, á causa de su eminente virtud, Dios los había escogido para la ejecución del más admirable de sus designios

Cuando los dos esposos habían perdido ya toda esperanza, dióles una hija que debía ser siempre gloria suya y honor de su nación. En sus decretos eternos, Dios había colocado á esta criatura bendita sobre toda criatura; sobre los reyes y reinas que en la serie de los siglos representarían su poder; sobre los santos en quienes resplandecerían con más brillo sus perfecciones infinitas; sobre los nueve coros angélicos que rodean su trono. Eva en el paraíso era á sus ojos menos pura, Ester menos amable, Judit menos fuerte é intrépida. Al crearla, obró en ella un milagro con que no favoreció á ninguno de los. hijos de Adán. 

Aunque descendiente de una raza manchada en su principio, preservóla del pecado original. El torrente devastador qüe arrastra en sus olas á todo hombre que viene á este mundo, se detuvo en el momento de su concepción y por vez primera desde el naufragio del género humano, los ángeles vieron en la tierra una criatura inmaculada, ante la cual exclamaron en transportes de admiración: « ¿Quién es esa mujer, bella como la luna, radiante como el sol?» • Ana y Joaquín recibieron con gozo á aquella hija privilegiada de Dios cuyo glorioso nacimiento debían celebrar á porfía los ángeles y los hombres. Aunque no conocían el inmenso valor del tesoro confiado á sus cuidados, pronto observaron que la celestial niña no se asemejaba á ninguna otra de la tierra. Antes de poder articular una palabra, la razón presidía ya á todos sus actos; y hasta en sus movimientos más instintivos, jamás obedecía á las pasiones cuyo germen infecta todos los corazones. Maravillados de los dones que Dios había prodigado á aquel ángel terrestre, Ana y Joaquín prometieron consagrar su infancia al servicio particular del templo. 

En efecto, apenas cumplió tres años, lleváronla á la ciudad santa para presentarla al Señor. La niña subió gozosamente las gradas del templo, feliz de encerrarse en la casa del Dios á quien únicamente amaba su corazón. Allí retirada en las habitaciones interiores inmediatas al Santuario, rodeada de sus piadosas compañeras, vio transcurrir rápidamente los bellos días de su infancia. Sus ocupaciones consistían en meditar los libros sagrados, preparar los ornamentos destinados al culto divino y cantar las alabanzas de Jehová. Muchas vetes con el rostro vuelto al Santo de los Santos, modulaba los inspirados cánticos de David su  ilustre progenitor y con un corazón más abrasado que el del santo rey, repetía aquellas palabras de amor:«¡Señor, cuán amables son vuestros tabernáculos! Un solo día pasado en vuestra casa, vale más que mil en las tiendas de los pecadores ». 

A la hora de los sacrificios, cuando el sacerdote inmolaba la víctima en el altar de los holocaustos, ella suplicaba á Jehová que aceptase por la salvación del pueblo aquella sangre expiatoria y enviase por fin al Mesías prometido á sus padres. Su único deseo era verle con sus ojos y venerar á la mujer bendita que debía darlo á luz. A diferencia de las hijas de Israel que ambicionaban el honor de ser madre del Libertador, ella se juzgaba indigna de tan insigne privilegio. 

Un día, impulsada por el Espíritu de Dios, renunció á -él por un voto solemne y olvidando que vivía en un cuerpo de carne, levantóse á la altura del ángel del cielo prometiendo al Señor no tener otro esposo que El. 

Cuando llegaron los días de la adolescencia, la joven virgen hubo de dejar el templo para volver á su casa de Nazaret. Sus padres habían ya bajado á la tumba y la pobre huérfana se encontró sola sin guarda y sin apoyo á la edad de catorce años. Los miembros de su parentela,  entre los cuales se contaban Isabely Zacarías, le propusieron desposarse con un hombre de su familia como lo prescribía la ley. En su calidad de única heredera, debía tomar por esposo á su pariente más próximo á fin de conservar el patrimonio de sus antepasados. 

Abandonándose enteramente á la divina inspiración que la impulsaba á tomar este partido, consintió, á pesar de su voto, en el matrimonio propuesto. 

El esposo de la joven Virgen se llamaba José. De la estirpe de David como María, descendía directamente de los reyes de Judá por la rama salomónica. Aunque por una serie no interrumpida de antepasados llegaba hasta Abraham, la nobleza de su carácter excedía en él á la dignidad de su origen. Justo y temeroso de Dios, y á la vez pobre y oscuro como María, ejercía en Nazaret el humilde oficio de carpintero y ganaba la vida con el sudor de su frente. Conocedor del voto que había hecho su esposa y entrando en los divinos designios, se constituyó en custodio de su virginidad. El Señor sólo esperaba esta unión angelical, para realizar el proyecto cuya ejecución preparaba desde hacía cuarenta siglos. 

Una tarde, la Virgen de Nazaret arrodillada en su humilde estancia, derramaba su alma delante de Dios con más fervor que nunca, cuando de repente, una luz celestial la circunda y la saca de su recogimiento. Vuelve la cabeza y ve á un ángel en pie á corta distancia suya. Era el grave embajador de Dios, el arcángel Gabriel, el mismo que quinientos años antes había revelado á Daniel el tiempo de la llegada del Mesías y que acababa de anunciar á Zacarías él nacimiento de su Precursor. Inclinóse profundamente delante de la Virgen y con la humildad de un vasallo en presencia de su reina, saludóla con estas palabras: «Dios te salve, llena de gracia, el Señor es contigo, bendita eres entre todas las mujeres». 

María reconoció en el acto á un espíritu celeste y por lo mismo no experimentó temor alguno; pero aquellas alabanzas que no parecían poder dirigirse á un ser mortal, la llenaron de profunda turbación. En su actitud humilde, en el rubor de su frente, el ángel comprendió el sentimiento que la agitaba y agregó con dulzura, llamándola esta vez con su propio nombre: «No temas, María; has encontrado gracia delante de Dios. Hé aquí que El me ha encargado anunciarte que concebirás y darás á luz un hijo á quien pondrás el nombre de Jesús. Este será grande y se le llamará el hijo del Altísimo. El Señor le dará el trono de su padre  David, reinará en la casa de Jacob y su reino no tendrá fin». 

Ya no había lugar á duda: el Mesías esperado desde cuatro mil años iba á aparecer, y ese Mesías libertador, verdadero Hijo de Dios, sería también hijo de María. Abrumada bajo el peso de tal1 dignidad, la Virgen quedó por un momento sobrecogida de espanto; luego pensando en su voto de virginidad que á toda costa quería guardar, hizo al arcángel esta pregunta: « ¿ Cómo podrá ser esto, pues yo no eonozco varón ? »—« El Espíritu Santo descenderá sobre ti, respondió el mensajero celeste y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso, el Santo que de ti nacerá será llamado el Hijo de Dios. Has de saber que Isabel tu prima, ha concebido también un hijo en su vejez y hace ya seis meses que la mujer llamada estéril se ha vuelto fecunda; porque para Dios nada hay imposible ». 

María no necesitaba de este ejemplo para creer que los más grandes prodigios son como juegos para el poder divino. Sabiendo, pues, que por la intervención de este, poder, llegaría á ser madre sin dejar de ser virgen, anonadóse delante de Dios y exclamó: « Hé aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra ». 

Después de haber obtenido este perfecto consentimiento, desapareció el ángel y el Hijo del Eterno, descendiendo de la mansión celeste, se encarnó en el seno virginal de la mujer inmaculada. En este momento las milicias angélicas saludaron al Rey de Reyes y al Señor de Señores: al Hombre-Dios; como hombre, hijo de David, de Abraham y de Adán, formado de la purísima sangre de la Virgen María; como Dios, engendrado desde la eternidad, Dios de Dios, luz de luz, verdadero Dios de Dios verdadero. 

Este es el misterio adorable que extasió á los ángeles y á Dios mismo en aquella noche mil veces bendita, el misterio del Verbo encarnado. 

La campana despertará en los hijos de los hombres el recuerdo de esta noche inolvidable ; por la mañana, cuando la naturaleza despierta iluminada con los primeros fulgores del día y al medio día, cuando el obrero interrumpe un instante su trabajo; y por la tarde, cuando el sol en su ocaso convida á todos al reposo. Y cuando sus vibraciones sonoras repitan á través de los campos y ciudades, valles y montañas: « El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, » toda rodilla se doblará, toda frente se inclinará delante del Hombre-Dios y de todo pecho humano se escapará ese grito de amor en honor de la Virgen Madre: « Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es contigo, bendita eres entre todas las mujeres ». 

 

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