Como complemento al Tratado de la Verdadera Devoción a la Ssma. Virgen, de San Luis María Grignion de Montfort, que venimos publicando, presentamos a nuestros lectores el primer Capítulo de esta excelente obra del P. Berthé, JESUCRISTO - SU VIDA, SU PASIÓN, SU TRIUNFO. El R.P. Berthé es autor, también, de una documentada biografía del Presidente contra-revolucionario mártir de Ecuador, García Moreno, honra de Iberoamérica.
Así, con el auxilio de la SSma. Virgen Reina y Madre, iremos publicando por capítulos esta obra, continuando, desde luego, con las entradas del Tratado.
Agradecemos el envío del libro del P. Berthé a los Sres. D. Juan Miguel Montes y D. Nestor da Fonseca, del Movimiento católico TFP (Tradición - Familia - Propiedad)
www.pliniocorreadeoliveira.info
JESUCRISTO
SU VIDA, SU
PASIÓN, SU TRIUNFO
OBRA
ESCRITA EN FRANCÉS Por el R. P. BERTHE
De la
Congregación del Santísimo Redentor
Y TRADUCIDA
AL CASTELLANO
Por el R.
P. Agustín VARGAS
De la misma
Congregación
ESTABLECIMIENTOS
DENZIGER & Co. S. A.
IMPRIMATUR
(…)
LIBRO
PRIMERO. El Niño-Dios.
CAPITULO I.
La Aparición. HERODES, TIRANO DE ISRAEL. — EL SACERDOTE ZACARÍAS. —
REVELACIONES DEL ÁNGEL GABRIEL. — NACIMIENTO DE JUAN BAUTISTA. EL « BENEDICTUS
» . (Luc. I, 5 - 25 - 57- 80.)
CERCA de
treinta y cinco años habían transcurrido desde que Herodes el Idumeo tenía en
sus manos ensangrentadas el cetro usurpado de Judá. Durante largo tiempo el
pueblo de Dios había esperado que un vástago de sus príncipes lo libertara del
yugo extranjero; pero, para quitarle toda posibilidad de una restauración
nacional, el tirano no temió derramar hasta la última gota de la sangre de los
Macabeos. Se esforzó aún por hacer olvidar á los Judíos la religión de sus
padres, introduciendo en Jerusalén los usos y costumbres de la Roma pagana. En
la tierra santa de Jehová se levantaron teatros impuros, circos en que se
degollaban entre si los gladiadores y hasta templos consagrados al emperador
Augusto, única divinidad respetada por Herodes.
Sin
embargo, fuera de los herodianos, vinculados en absoluto á la fortuna é ideas
de su amo, el pueblo permanecía fiel á Dios. Para lisonjearle, el tirano hizo
reconstruir con sin igual magnificencia el templo de Jerusalén. Mas, no por eso
aquel mismo pueblo dejaba de llorar los escándalos que afligían á la ciudad
santa; evocaba con dolor las glorias del pasado; maldecía al impío extranjero
causa de tantas desventuras y suplicaba á Jehová que enviase pronto al
Libertador anunciado por los profetas. Por lo demás, los doctores explicaban en
las sinagogas que el Mesías no podía tardar en aparecer, porque de las setenta
semanas de años que, según Daniel, debían preceder á su advenimiento, sesenta y
cuatro habían transcurrido ya. Y desde Dan hasta Bersabé, los verdaderos
Israelitas repetían sin cesar los antiguos cánticos de sus antepasados:
«Cielos, dejad caer vuestro rocío y que la tierra produzca en fin á su
Salvador».
Un
acontecimiento singular vino pronto á confirmar estas predicciones. A pocas
leguas de Jerusalén, vivía entonces un anciano sacerdote de Jehová llamado
Zacarías. Pertenecía á la clase sacerdotal de Abía, una de las veinticuatro que
desempeñaban por turno las funciones sagradas. Su esposa, de la familia de
Aarón como él, se llamaba Isabel. Ambos, justos delante de Dios, observaban la
ley con escrupulosa fidelidad. Su vida, igualmente irreprensible ante los
hombres, transcurría tranquila en medio de las montañas de Judá, tan ricas en
tiernos y gratos recuerdos. Y sin embargo, un profundo pesar torturaba su alma:
no obstante sus reiteradas y ardientes súplicas, su hogar estaba todavía
desierto. Muy avanzados en edad para esperar que Dios escuchara sus votos,
aceptaban sin poder consolarse esta dura prueba reputada como un oprobio en
Israel.
Cada año,
en diferentes épocas, Zacarías se dirigía á la ciudad santa para desempeñar en
el templo las funciones de su ministerio. Pues bien, en el año treinta y cinco
del reinado de Herodes, en el mes de septiembre, estando de turno Zacarías, los
representantes de las veinticuatro familias sacerdotales sortearon, según
costumbre, el oficio particular que cada uno debía desempeñar. La suerte señaló
al anciano sacerdote para el más honorífico de los cargos que consistía en
quemar incienso en el altar de los perfumes. Una tarde, al ponerse el sol, la trompeta
sagrada resonó en toda la ciudad para llamar á los habitantes al templo.
Revestido con los ornamentos sagrados y acompañado de sacerdotes y levitas,
Zacarías se dirigió al santuario y avanzó hasta el altar de los perfumes. Allí,
uno de los asistentes le presentó carbones encendidos qué él colocó en un
incensario de oro en medio del altar; tomó luego los perfumes, cuantos podía
contener en la mano y esparciólos sobre el fuego. En este momento solemne,
retirados los sacerdotes y levitas, Zacarías retrocedió algunos pasos, según el
rito acostumbrado y se prosternó delante de Jehová, mientras la nube de
odoríferos perfumes subía al cielo (1).
(1) Se
pueden leer estos ritos sagrados en Dehaut, « El Evangelio •xplicado, • I. 166.
Entonces,
solo á los pies del Eterno, el venerable sacerdote trajo á la memoria las
calamidades que pesaban sobre su pueblo y haciéndose intérprete de los Judíos
fieles, recitó lleno de emoción las palabras del rito sagrado: « Dios de
Israel, salva á tu pueblo y danos el Libertador prometido á nuestros padres ».
Afuera, los levitas cantaban los salmos vespertinos y la multitud reunida en el
atrio hacía subir hasta Dios el incienso de su oración. De repente, Zacarías
levanta la cabeza y ve á la derecha del altar un ángel radiante de gloria.
Hacía ya largo tiempo que Dios no enviaba mensajeros celestiales á los hijos de
Judá; sobrecogióse de terror el anciano sacerdote ante una aparición tan
inesperada. Mas el ángel lo tranquilizó diciéndole: « No temas, véngo á
anunciarte que tu oración ha sido oída ».
» Zacarías
escuchaba sin comprender, pero el ángel le reveló el objeto de su misión en
estos términos: « Tu esposa Isabel te dará un hijo , á quien pondrás por nombre
Juan. Este será para ti el hijo de la dicha y su nacimiento llevará la alegría
á muchos corazones. Grande delante del Eterno, no beberá vino ni bebida alguna
fermentada; lleno del Espíritu divino desde el seno dé su madre, restablecerá
la concordia entre padres é hijos, é infundiendo en los incrédulos la fe de los
justos, preparará al Señor un pueblo perfecto. Animado del espíritu y de la
virtud de Elias, precederá á Aquel que ha de venir ». El ángel calló.
Profundamente conmovido el santo sacerdote, se resistía á dar crédito á sus
oídos. ¡El Libertador va á aparecer y será el hijo de Zacarías quien le
preparará Jos caminos! El ángel de Dios lo afirma y lo afirma empleando las
mismas palabras de que se sirvió el profeta Malaquías (1) cinco siglos antes,
para anunciar al precursor del Mesías.
(1)
Malaquías IX, 7.
Pero ¿cómo
podrán cumplirse estas promesas? La duda invadió súbitamente el alma de
Zacarías y no pudo dejar de manifestárselo al ángel: « Soy anciano, le dice, y
mi esposa se halla también en la decrepitud ¿cuál será la señal para conocer la
verdad de vuestras predicciones ?» « Debes saber, replicó el ángel, que yo soy
Gabriel, uno de los siete Espíritus que asisten ante el trono del Eterno.
Jehová me ha enviado á revelarte sus secretos; pero como tú no has creído
sencillamente en mi palabra, enmudecerás y no podrás articular una palabra
hasta que mi profecía tenga cumplimiento». Al mismo instante desapareció la
visión y Zacarías quedó solo delante del altar.
Entre
tanto, el pueblo estaba profundamente extrañado de que el sacerdote tardase
tanto en salir del santuario; pues no debía permanecer allí sino el tiempo
indispensable para tributar á Jehová los homenajes debidos á su magestad. Esta
extrañeza comenzaba ya á convertirse en verdadera inquietud, cuando Zacarías
apareció en el umbral del templo. Su rostro y su mirada expresaban á la vez
espanto y gozo. Levantó la mano para bendecir al pueblo prosternado en su
presencia; pero sin que sus labios pronunciasen la fórmula de costumbre. La
bendición del anciano descendió silenciosa sobre la multitud y Zacarías se retiró,
esforzándose, por medio de ademanes, para hacer comprender á todos que, á causa
de una Visión misteriosa, había perdido el uso de la palabra.
La
predicción del ángel se realizó á la letra. Zacarías después de terminar su
ministerio regresó á su apacible hogar, é Isabel concibió según la promesa del
celeste mensajero. Disimulando su inmensa alegría, permaneció oculta en su casa
durante cinco meses y en su soledad daba sin cesar gracias á Dios por haberse
dignado librarla del oprobio que pesaba sobre ella. Cuando llegó su tiempo, dio
á luz un hijo según las predicciones del ángel. Este acontecimiento llenó de
júbilo á toda la comarca y parientes, amigos y vecinos acudieron presurosos á
felicitar á la dichosa madre tan particularmente favorecida por la misericordia
del Altísimo. El octavo día después del nacimiento, el niño debía ser
circuncidado. Los padres y deudos concurrieron á la ceremonia para imponer el
nombre al recién nacido como lo prescribía la ley.
De común
acuerdo la familia decidió que se le llamara Zacarías como su padre, á fin de
perpetuar la memoria del santo anciano; pero Isabel, sabedora de la voluntad de
Dios, se opuso formalmente y á las reiteradas instancias de los parientes
respondió sin vacilar: “No, Juan será su nombre ». Sorprendidos y descontentos
con esta elección que parecía injustificable, los parientes le hicieron notar
que ningún miembro de la familia llevaba tal nombre. Mas, como Isabel
persistiera, convinieron en consultar al padre del niño. El anciano todavía
mudo desde la visión del templo, pidió su tablilla y con la punta del estilete
grabó sobre la cera estas palabras: «Juan es su nombre». Esta decisión tan perentoria
como inesperada, produjo en los asistentes un verdadero asombro, cuando de
súbito una escena aun más asombrosa, atrajo vivamente su atención. No bien hubo
escrito Zacarías el nombre de su hijo, el Espíritu dé Dios se apoderó de él,
desató su lengua encadenada desde nueve meses y los hijos de Israel oyeron
resonar los acentos inspirados de un nuevo profeta.
Levantadas
las manos al cielo y abrasado el corazón en el fuego divino, el santo anciano
exclamó: « Bendito sea el Señor, el Dios de Israel, que se ha dignado visitar á
su pueblo y operar su redención. «El suscitará un poderoso Libertador en la
casa de David, su hijo de predilección, á fin de arrancarnos de las manos de
nuestros enemigos y de todos aquellos que nos aborrecen, según la promesa
renovada de siglo en siglo por sus profetas”. « Se ha acordado de la alianza
pactada, de la promesa hecha á Abraham nuestro padre, de darse á nosotros para
que, libres de todo temor y servidumbre, marchemos por los caminos de la
justicia y santidad todos los días de nuestra vida ».
Hasta aquí,
en el transporte del reconocimiento, el sacerdote de Jehová no había pensado más
que en el Salvador cuya venida anunciaba, cuando de repente, deteniendo sus
miradas en el recién nacido, un rayo de luz divina le descubrió su misión
sublime y con voz temblorosa por la emoción, profetizó en estos términos: «Y
tú, niño, serás llamado el profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor
para prepararle sus caminos”. « Tú anunciarás á los hombres la ciencia de los
santos y el perdón de los pecados que Dios hará brotar de las entrañas de su
misericordia”. « Ya veo al divino sol que desciende de las alturas para
iluminar á los que están sentados en las tinieblas y sombras de la muerte, y
dirigir nuestros pasos por los senderos de la paz”.
El anciano
cesó de hablar. Un religioso pavor apoderóse de todos los que presenciaron esta
escena y volvieron á su casa meditando sobre lo que habían visto y oído. Bien
pronto la noticia de estas maravillas se esparció en las comarcas vecinas y los
pastores de las montañas se preguntaban unos á otros: ¿ Qué pensáis de este
niño, y qué será de él más tarde?
En cuanto
al niño misterioso, la mano de Dios lo conducía visiblemente. A medida que
crecía en edad, se veían aumentar en él los dones del cielo. Apenas dejaron de
serle necesarios los cuidados maternales, desapareció de en medio de los
hombres y se retiró a las soledades del desierto. Allí vivió oculto á los ojos
del mundo, conocido sólo de Dios, hasta el día en que plugo al divino Espíritu
que fuera conocido por los hijos de Israel.
(continúa
en CAPÍTULO II. La Virgen Madre. LA VIRGEN MARÍA. — SUS PADRES. — SU CONCEPCIÓN)
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