lunes, 12 de octubre de 2020

Jesucristo, Su Vida, Su Pasión, Su triunfo -- Padre Berthé (cap. I)

Como complemento al Tratado de la Verdadera Devoción a la Ssma. Virgen, de San Luis María Grignion de Montfort, que venimos publicando, presentamos a nuestros lectores el primer Capítulo de esta excelente obra del P. Berthé, JESUCRISTO - SU VIDA, SU PASIÓN, SU TRIUNFO. El R.P. Berthé es autor, también, de una documentada biografía del Presidente contra-revolucionario mártir de Ecuador, García Moreno, honra de Iberoamérica.

Así, con el auxilio de la SSma. Virgen Reina y Madre, iremos publicando  por capítulos esta obra, continuando, desde luego, con las entradas del Tratado.

Agradecemos el envío del libro del P. Berthé a los Sres. D. Juan Miguel Montes y D. Nestor da Fonseca, del Movimiento católico TFP (Tradición - Familia - Propiedad)

www.pliniocorreadeoliveira.info

JESUCRISTO

SU VIDA, SU PASIÓN, SU TRIUNFO

OBRA ESCRITA EN FRANCÉS Por el R. P. BERTHE

De la Congregación del Santísimo Redentor

Y TRADUCIDA AL CASTELLANO

Por el R. P. Agustín VARGAS

De la misma Congregación

ESTABLECIMIENTOS DENZIGER & Co. S. A.

IMPRIMATUR (…)


 




LIBRO PRIMERO. El Niño-Dios.

CAPITULO I. La Aparición. HERODES, TIRANO DE ISRAEL. — EL SACERDOTE ZACARÍAS. — REVELACIONES DEL ÁNGEL GABRIEL. — NACIMIENTO DE JUAN BAUTISTA. EL « BENEDICTUS » . (Luc. I, 5 - 25 - 57- 80.)

CERCA de treinta y cinco años habían transcurrido desde que Herodes el Idumeo tenía en sus manos ensangrentadas el cetro usurpado de Judá. Durante largo tiempo el pueblo de Dios había esperado que un vástago de sus príncipes lo libertara del yugo extranjero; pero, para quitarle toda posibilidad de una restauración nacional, el tirano no temió derramar hasta la última gota de la sangre de los Macabeos. Se esforzó aún por hacer olvidar á los Judíos la religión de sus padres, introduciendo en Jerusalén los usos y costumbres de la Roma pagana. En la tierra santa de Jehová se levantaron teatros impuros, circos en que se degollaban entre si los gladiadores y hasta templos consagrados al emperador Augusto, única divinidad respetada por Herodes.

Sin embargo, fuera de los herodianos, vinculados en absoluto á la fortuna é ideas de su amo, el pueblo permanecía fiel á Dios. Para lisonjearle, el tirano hizo reconstruir con sin igual magnificencia el templo de Jerusalén. Mas, no por eso aquel mismo pueblo dejaba de llorar los escándalos que afligían á la ciudad santa; evocaba con dolor las glorias del pasado; maldecía al impío extranjero causa de tantas desventuras y suplicaba á Jehová que enviase pronto al Libertador anunciado por los profetas. Por lo demás, los doctores explicaban en las sinagogas que el Mesías no podía tardar en aparecer, porque de las setenta semanas de años que, según Daniel, debían preceder á su advenimiento, sesenta y cuatro habían transcurrido ya. Y desde Dan hasta Bersabé, los verdaderos Israelitas repetían sin cesar los antiguos cánticos de sus antepasados: «Cielos, dejad caer vuestro rocío y que la tierra produzca en fin á su Salvador».

Un acontecimiento singular vino pronto á confirmar estas predicciones. A pocas leguas de Jerusalén, vivía entonces un anciano sacerdote de Jehová llamado Zacarías. Pertenecía á la clase sacerdotal de Abía, una de las veinticuatro que desempeñaban por turno las funciones sagradas. Su esposa, de la familia de Aarón como él, se llamaba Isabel. Ambos, justos delante de Dios, observaban la ley con escrupulosa fidelidad. Su vida, igualmente irreprensible ante los hombres, transcurría tranquila en medio de las montañas de Judá, tan ricas en tiernos y gratos recuerdos. Y sin embargo, un profundo pesar torturaba su alma: no obstante sus reiteradas y ardientes súplicas, su hogar estaba todavía desierto. Muy avanzados en edad para esperar que Dios escuchara sus votos, aceptaban sin poder consolarse esta dura prueba reputada como un oprobio en Israel.

Cada año, en diferentes épocas, Zacarías se dirigía á la ciudad santa para desempeñar en el templo las funciones de su ministerio. Pues bien, en el año treinta y cinco del reinado de Herodes, en el mes de septiembre, estando de turno Zacarías, los representantes de las veinticuatro familias sacerdotales sortearon, según costumbre, el oficio particular que cada uno debía desempeñar. La suerte señaló al anciano sacerdote para el más honorífico de los cargos que consistía en quemar incienso en el altar de los perfumes. Una tarde, al ponerse el sol, la trompeta sagrada resonó en toda la ciudad para llamar á los habitantes al templo. Revestido con los ornamentos sagrados y acompañado de sacerdotes y levitas, Zacarías se dirigió al santuario y avanzó hasta el altar de los perfumes. Allí, uno de los asistentes le presentó carbones encendidos qué él colocó en un incensario de oro en medio del altar; tomó luego los perfumes, cuantos podía contener en la mano y esparciólos sobre el fuego. En este momento solemne, retirados los sacerdotes y levitas, Zacarías retrocedió algunos pasos, según el rito acostumbrado y se prosternó delante de Jehová, mientras la nube de odoríferos perfumes subía al cielo (1).

(1) Se pueden leer estos ritos sagrados en Dehaut, « El Evangelio •xplicado, • I. 166.

 

Entonces, solo á los pies del Eterno, el venerable sacerdote trajo á la memoria las calamidades que pesaban sobre su pueblo y haciéndose intérprete de los Judíos fieles, recitó lleno de emoción las palabras del rito sagrado: « Dios de Israel, salva á tu pueblo y danos el Libertador prometido á nuestros padres ». Afuera, los levitas cantaban los salmos vespertinos y la multitud reunida en el atrio hacía subir hasta Dios el incienso de su oración. De repente, Zacarías levanta la cabeza y ve á la derecha del altar un ángel radiante de gloria. Hacía ya largo tiempo que Dios no enviaba mensajeros celestiales á los hijos de Judá; sobrecogióse de terror el anciano sacerdote ante una aparición tan inesperada. Mas el ángel lo tranquilizó diciéndole: « No temas, véngo á anunciarte que tu oración ha sido oída ».

» Zacarías escuchaba sin comprender, pero el ángel le reveló el objeto de su misión en estos términos: « Tu esposa Isabel te dará un hijo , á quien pondrás por nombre Juan. Este será para ti el hijo de la dicha y su nacimiento llevará la alegría á muchos corazones. Grande delante del Eterno, no beberá vino ni bebida alguna fermentada; lleno del Espíritu divino desde el seno dé su madre, restablecerá la concordia entre padres é hijos, é infundiendo en los incrédulos la fe de los justos, preparará al Señor un pueblo perfecto. Animado del espíritu y de la virtud de Elias, precederá á Aquel que ha de venir ». El ángel calló. Profundamente conmovido el santo sacerdote, se resistía á dar crédito á sus oídos. ¡El Libertador va á aparecer y será el hijo de Zacarías quien le preparará Jos caminos! El ángel de Dios lo afirma y lo afirma empleando las mismas palabras de que se sirvió el profeta Malaquías (1) cinco siglos antes, para anunciar al precursor del Mesías.

(1) Malaquías IX, 7.

 

Pero ¿cómo podrán cumplirse estas promesas? La duda invadió súbitamente el alma de Zacarías y no pudo dejar de manifestárselo al ángel: « Soy anciano, le dice, y mi esposa se halla también en la decrepitud ¿cuál será la señal para conocer la verdad de vuestras predicciones ?» « Debes saber, replicó el ángel, que yo soy Gabriel, uno de los siete Espíritus que asisten ante el trono del Eterno. Jehová me ha enviado á revelarte sus secretos; pero como tú no has creído sencillamente en mi palabra, enmudecerás y no podrás articular una palabra hasta que mi profecía tenga cumplimiento». Al mismo instante desapareció la visión y Zacarías quedó solo delante del altar.

Entre tanto, el pueblo estaba profundamente extrañado de que el sacerdote tardase tanto en salir del santuario; pues no debía permanecer allí sino el tiempo indispensable para tributar á Jehová los homenajes debidos á su magestad. Esta extrañeza comenzaba ya á convertirse en verdadera inquietud, cuando Zacarías apareció en el umbral del templo. Su rostro y su mirada expresaban á la vez espanto y gozo. Levantó la mano para bendecir al pueblo prosternado en su presencia; pero sin que sus labios pronunciasen la fórmula de costumbre. La bendición del anciano descendió silenciosa sobre la multitud y Zacarías se retiró, esforzándose, por medio de ademanes, para hacer comprender á todos que, á causa de una Visión misteriosa, había perdido el uso de la palabra.

La predicción del ángel se realizó á la letra. Zacarías después de terminar su ministerio regresó á su apacible hogar, é Isabel concibió según la promesa del celeste mensajero. Disimulando su inmensa alegría, permaneció oculta en su casa durante cinco meses y en su soledad daba sin cesar gracias á Dios por haberse dignado librarla del oprobio que pesaba sobre ella. Cuando llegó su tiempo, dio á luz un hijo según las predicciones del ángel. Este acontecimiento llenó de júbilo á toda la comarca y parientes, amigos y vecinos acudieron presurosos á felicitar á la dichosa madre tan particularmente favorecida por la misericordia del Altísimo. El octavo día después del nacimiento, el niño debía ser circuncidado. Los padres y deudos concurrieron á la ceremonia para imponer el nombre al recién nacido como lo prescribía la  ley.

De común acuerdo la familia decidió que se le llamara Zacarías como su padre, á fin de perpetuar la memoria del santo anciano; pero Isabel, sabedora de la voluntad de Dios, se opuso formalmente y á las reiteradas instancias de los parientes respondió sin vacilar: “No, Juan será su nombre ». Sorprendidos y descontentos con esta elección que parecía injustificable, los parientes le hicieron notar que ningún miembro de la familia llevaba tal nombre. Mas, como Isabel persistiera, convinieron en consultar al padre del niño. El anciano todavía mudo desde la visión del templo, pidió su tablilla y con la punta del estilete grabó sobre la cera estas palabras: «Juan es su nombre». Esta decisión tan perentoria como inesperada, produjo en los asistentes un verdadero asombro, cuando de súbito una escena aun más asombrosa, atrajo vivamente su atención. No bien hubo escrito Zacarías el nombre de su hijo, el Espíritu dé Dios se apoderó de él, desató su lengua encadenada desde nueve meses y los hijos de Israel oyeron resonar los acentos inspirados de un nuevo profeta.

Levantadas las manos al cielo y abrasado el corazón en el fuego divino, el santo anciano exclamó: « Bendito sea el Señor, el Dios de Israel, que se ha dignado visitar á su pueblo y operar su redención. «El suscitará un poderoso Libertador en la casa de David, su hijo de predilección, á fin de arrancarnos de las manos de nuestros enemigos y de todos aquellos que nos aborrecen, según la promesa renovada de siglo en siglo por sus profetas”. « Se ha acordado de la alianza pactada, de la promesa hecha á Abraham nuestro padre, de darse á nosotros para que, libres de todo temor y servidumbre, marchemos por los caminos de la justicia y santidad todos los días de nuestra vida ».

Hasta aquí, en el transporte del reconocimiento, el sacerdote de Jehová no había pensado más que en el Salvador cuya venida anunciaba, cuando de repente, deteniendo sus miradas en el recién nacido, un rayo de luz divina le descubrió su misión sublime y con voz temblorosa por la emoción, profetizó en estos términos: «Y tú, niño, serás llamado el profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor para prepararle sus caminos”. « Tú anunciarás á los hombres la ciencia de los santos y el perdón de los pecados que Dios hará brotar de las entrañas de su misericordia”. « Ya veo al divino sol que desciende de las alturas para iluminar á los que están sentados en las tinieblas y sombras de la muerte, y dirigir nuestros pasos por los senderos de la paz”.

El anciano cesó de hablar. Un religioso pavor apoderóse de todos los que presenciaron esta escena y volvieron á su casa meditando sobre lo que habían visto y oído. Bien pronto la noticia de estas maravillas se esparció en las comarcas vecinas y los pastores de las montañas se preguntaban unos á otros: ¿ Qué pensáis de este niño, y qué será de él más tarde?

En cuanto al niño misterioso, la mano de Dios lo conducía visiblemente. A medida que crecía en edad, se veían aumentar en él los dones del cielo. Apenas dejaron de serle necesarios los cuidados maternales, desapareció de en medio de los hombres y se retiró a las soledades del desierto. Allí vivió oculto á los ojos del mundo, conocido sólo de Dios, hasta el día en que plugo al divino Espíritu que fuera conocido por los hijos de Israel.

(continúa en CAPÍTULO II. La Virgen Madre. LA VIRGEN MARÍA. — SUS PADRES. — SU CONCEPCIÓN)

 

 

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