ARTICULO II
Pertenecemos a Jesucristo y a María en
calidad de esclavos - Segunda verdad -
68. Debemos
concluir qué es Jesucristo a nuestro respecto, y que no nos pertenecemos a
nosotros mismos, como dice el Apóstol (Cor. VI, 19), sino enteramente a El,
como sus miembros y esclavos que El ha comprado a un precio infinitamente caro,
todo el precio de toda su sangre.
Antes del bautismo
pertenecíamos al diablo como sus esclavos; y el bautismo nos ha hecho los
verdaderos esclavos de Jesucristo, que no deben vivir, trabajar y morir sino
para fructificar por este Dios-Hombre (Rom., VII, 4), glorificándolo en nuestro
cuerpo y haciéndolo reinar en nuestra alma, porque somos su conquista, su
pueblo adquirido y su herencia.
Es por la misma
razón que el Espíritu Santo (Ps. 1, 3; S. Jn., XV,1; X, 11; S. Mt., XIII, 3,8)
nos compara:
1º) a árboles plantados junto a las aguas de la
gracia, en el campo de la
Iglesia, que deben fructificar a su debido tiempo;
2º) a los
sarmientos de una viña de la que Jesucristo es la cepa, que deben dar buenas
uvas;
3º) a un rebaño
del que Jesucristo es el pastor, que debe multiplicarse y dar leche;
4º) a una buena
tierra cuyo labrador es Dios, en que la semilla se multiplica y produce treinta,
sesenta o cien veces más.
Jesucristo ha
echado su maldición a la higuera estéril (S. Mt., XXI, 19) y lanzado su condena
contra el siervo inútil que no había hecho valer su talento (S. Mt., XXV,
24-30).
Todo esto nos
prueba que Jesucristo quiere recibir algunos frutos de nuestras mezquinas
personas, quiere decir nuestras buenas obras, porque estas buenas obras le
pertenecen únicamente: “Creati in
operibus bonis in Christo Jesu: Creados en las buenas obras en Jesucristo”.
Palabras del Espíritu Santo que muestran que Jesucristo es el único
principio y debe ser el único fin de todas nuestras buenas obras, y que
nosotros debemos servirlo, no sólo como jornaleros asalariados sino como
esclavos de amor. Me explico...
Traducido del original francés conservando en todo lo posible la forma de hablar del Santo
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