Milagrosa imagen venerada en el Monasterio de la Limpia Concepción
de Quito (s. XVII), con sus impresionantes revelaciones con respecto al siglo XX (de las que en otra oportunidad hablaremos)
12. Después de esto, es necesario que exclamemos con el Apóstol: “Nec oculus vidit, nec auris audivit, nec in cor hominis ascendit[1] -ni el ojo ha visto, ni el oído ha escuchado, ni el corazón del hombre ha comprendido” las bellezas, las grandezas y excelencias de María, el milagro de los milagros[2] de la gracia, de la naturaleza y de la gloria. Si queréis comprender a la Madre, dice un santo[3], comprended al Hijo. Es una digna Madre de Dios: “Hic taceat omnis lingua. – Que toda lengua enmudezca aquí”.
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