jueves, 31 de octubre de 2019

(C. II - nueva versión) Ante la fiesta de Todos los Santos: la gracia de vaciarnos de lo malo - Sugestivas imágenes (I - 78-9)


Recordando y meditando verdades ya vistas:







Debemos vaciarnos de lo que hay de malo en nosotros

TERCERA VERDAD

78. Nuestras mejores acciones son ordinariamente ensuciadas y corrompidas por el mal fondo que hay en nosotros. Cuando se pone agua limpia y clara en una tinaja que huele mal, o vino en una vasija cuyo contenido está echado a perder por otro vino que estuvo allí adentro, el agua clara y el buen vino se echan a perder y fácilmente toman mal olor.

Del mismo modo, cuando Dios pone en la vasija de nuestra alma, echada a perder por el pecado original y actual, sus gracias y rocíos celestiales, o el vino delicioso de su amor, sus dones se echan comúnmente a perder y se ensucian por la mala levadura y el mal fondo que el pecado ha dejado en nosotros; nuestras acciones, y aún las virtudes más sublimes, se resienten.

Es pues de gran importancia para adquirir la perfección, que no se obtiene sino por la unión a Jesucristo, vaciarnos de lo que hay de malo en nosotros: de lo contrario, Nuestro Señor, que es infinitamente puro y odia infinitamente la menor suciedad en el alma, nos rechazará de su vista y no se unirá en absoluto a nosotros.

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79. Para vaciarnos de nosotros mismos hace falta en primer lugar conocer bien, por la luz del Espíritu Santo, nuestro mal fondo, nuestra incapacidad para todo bien útil a la salvación, nuestra debilidad en todas las cosas, nuestra inconstancia en todo tiempo, nuestra indignidad de toda gracia y nuestra iniquidad en todo lugar.

El pecado de nuestro primer padre nos ha casi totalmente echado a perder, agriado, hinchado y corrompido, como la levadura agria, hincha y corrompe la masa en que se la pone.

Los pecados actuales que hemos cometido, mortales o veniales, tan perdonados como estén, han aumentado nuestra concupiscencia, nuestra debilidad, nuestra inconstancia y nuestra corrupción, y han dejado malos restos en nuestra alma.

Nuestros cuerpos están tan corrompidos que el Espíritu Santo los llama (1) cuerpos del pecado, concebidos en el pecado, alimentados en el pecado y sólo capaces de todo pecado, cuerpos sujetos a mil y mil enfermedades, que se corrompen de día en día y que no engendran más que sarna, parásitos y corrupción.

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1) Rom., VI, 6 – Ps. L, 7

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