sábado, 21 de marzo de 2009

Cap. I - La admirable e incomprensible dependencia de un Dios (TVD, 17-18)

17. Dios Padre ha comunicado a María su fecundidad, en la medida posible a una pura criatura, para darle el poder de producir a su Hijo y a todos los miembros de su cuerpo místico. 
18. Dios Hijo ha descendido al interior de su seno virginal, como el nuevo Adán en su paraíso terrestre, para encontrar allí sus complacencias y obrar a escondidas maravillas de gracia. Dios hecho hombre ha encontrado su libertad en verse aprisionado en su seno; ha hecho resplandecer su fuerza en dejarse llevar por esta niñita; ha hallado su gloria y la de su Padre en esconder sus esplendores a todas las criaturas de aquí abajo para no revelarlas sino a María; ha glorificado su independencia y su majestad en depender de esta amable Virgen en su concepción, en su nacimiento, en su presentación en el templo, en su vida escondida de treinta años, hasta su muerte, a la que Ella debía asistir, para no hacer con Ella sino un mismo sacrificio, y para ser inmolado con su consentimiento al Padre eterno, como en otro tiempo Isaac con el consentimiento de Abraham, a la voluntad de Dios. Es Ella quien lo ha amamantado, alimentado, criado, educado y sacrificado por nosotros. Oh admirable e incomprensible dependencia de un Dios, que el Espíritu Santo no ha podido mantener en silencio en el Evangelio, aunque nos haya escondido casi todas las cosas admirables que esta Sabiduría encarnada ha hecho en su vida oculta, para mostrarnos su valor y su gloria infinita. Jesucristo ha dado más gloria a Dios su Padre por la sumisión que ha tenido a su Madre durante treinta años que si hubiese convertido a toda la tierra obrando las maravillas más grandes. ¡Oh, qué altamente glorificamos a Dios cuando nos sometemos, para complacerlo, a María, a ejemplo de Jesucristo, nuestro único modelo!
Comentario
Un texto para quedar abismados de amor, entusiasmo y ternura, para meditar sobre "la predestinación eterna de María como obra maestra de las manos de Dios", como dice San Luis María Grignion de Montfort en su Rosario Meditado. El ejemplo de Jesús, HIjo de Dios vivo, ahí está, a ojos vistas, en el Evangelio. Sin embargo, qué pocos, lamentablemente, son los que tienen la capacidad espiritual, mejor diríamos la generosidad y grandeza de alma, la inocencia de niños, para aceptar con encanto y agradecimiento esta sublime realidad tal cual es, sin retaceos protestantosos ni progresistas. Sin pequeñez ni mezquindad, con la virtud de la magnanimidad: magna anima, alma grande, que se hace grande por amar la grandeza.
Pidamos al Divino Espíritu Santo, por la intercesión maternal de la Ssma. Virgen, que abra nuestras almas y nos dé la infancia espiritual, esa forma de alta sabiduría que es el espíritu de inocencia propio de los niños (hoy lamentablemente jaqueados desde que abren los ojos por los desvaríos de la TV revolucionaria, con su fealdad, inmoralidad, nerviosismo, ruidos, imágenes y deformidades); para poder amar a Nuestra Señora como Dios la hizo, como Ella lo canta en el Magnificat, y a través de Ella, que genera los hijos del Cuerpo Místico -porque Dios Padre le comunicó nada menos que su fecundidad (!)-, poder unirnos con Dios y ser fieles a la vocación de cada uno, cumpliendo el deber urgente de llevar en esta tierra la antorcha de la Verdadera Devoción, que preparará su reinado sobre las almas y la sociedad prometido en Fátima y en las Profecías de El Buen Suceso (ver en este mismo sitio).
"Envía tu espíritu y todo será creado, y renovarás la faz de la tierra", digamos con confianza y deseo al Espíritu Santo, de la mano de su castísima Esposa. Ellos están deseando colmarnos de sus gracias: ¿qué esperamos?

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